Comer por ahí

Hay una frase que la crisis ha convertido en el indicador sociológico de lo que queda del estado del bienestar. Mejor que las encuestas y las prospecciones numéricas con ayuda de especialistas, ayuda a entender esta frase que se puede oír con frecuencia en cualquier reunión interclases donde abundan banqueros, empresarios, constructores, profesores, abogados,  senderistas, altos funcionarios con recortes o no y demás gente, en fin, asociada al sistema socioeconómico que malamente  los mantiene. En los fines de semana se rige mucho esa palabrería que en principio quiere significar que no se tiene miedo al porvenir sean cuales sean las turbulencias venideras, porque ellos pueden vivir alejados del hambre y de sus trágicas consecuencias. Floja será la reunión de casino o de bar de moda donde no se oiga la invitación. Se trata básicamente de organizar el fin de semana, de ir a algún lugar llamativo por su historia o por sus costumbres arcaicas y de comer juntos en cohesión social, como ahora se dice. Del alimento y demás enseres no hay que preocuparse. Llevando todos dinero en el bolsillo siempre será fácil comer por ahí… Entre esta clase de domingueros motorizados la divina providencia cuenta poco al haber sido reemplazada por la tarjeta de crédito. Nada tengo contra estas costumbres consumistas. Solo quiero verlas al trasluz comparándolas con la vida de otros grupos menos sólidos. Piénsese en familias donde  casi todos sus miembros están en paro o en jóvenes que terminaron sus carreras hace varios años sin alcanzar  todavía su primer empleo. Aquí comer por ahí se convierte en la máxima precupación toda vez que no saben por dónde ha de salir la divina providencia. Desde aquí los políticos se erigen en redentores de las clases económicamente débiles si no fuera porque ellos son los primeros en irse a comer por ahí. Han trabajado tanto durante la semana, se han ganado con alto sudor su sueldo, que bien merecen un confortable decanso en algún hotel de la sierra o de la playa.