Hacía meses que el teléfono no sonaba ni una sola vez. A mí que me sobraban las bodas, los bautizos, las primeras comuniones y que rara era la casa de la ciudad que no tuviera un álbum de fotos de Elviro Rosales. El paso de lo analógico a lo digital me pilló con el paso cambiado, con las reticencias de haber pasado casi toda una vida en el cuarto oscuro, entre las sales de plata y con los ojos enrojecidos. El caso es que no reaccioné a tiempo y ya fuera por la nostalgia o por la falta de visión empresarial, como dijo mi mujer antes de hacer las maletas, fuí perdiendo mis clientes a chorros.
Había mal vendido una casa que tenía en el campo, para poder comer y hacía unos cuantos días compré un equipo fotográfico digital , con todo lo que le valía podía haber vivido medio año. Así que no sabía muy bien si estar contento o arrepentido por aquella inversión que quizás no sirviera para nada.
Suena el teléfono a punto estoy de no cogerlo, pues seguía repasando las instrucciones de aquella máquina infernal que escapaba a mi entendimiento. Una voz enérgica y urgente pregunta por Elviro Rosales, dice que es el organizador del doceavo congreso de jóvenes exportadores de verdura del levante español. Acepto el encargo haciéndome el enterado y utilizando algunas palabras que leí en el manual de instrucciones, aunque no supiera su verdadero significado.
El día de la inauguración un enjambre de jovenzuelos de la prensa y la televisión, vuelan entre los cables del suelo y los focos como mariposas ingrávidas. Yo nunca había estado tan nervioso, así que estuve en un segundo plano y espere que se fueran, pues esta gente no dura ni cinco minutos en un sitio. Cuando terminó la primera conferencia y empezó el desayuno, ya estaba más suelto, fui mezclándome con los congresistas y captando su perfil bueno. Algunos me miraban extrañados y preguntándose qué hacía aquel viejo por allí enfocándoles a menos de dos palmos, mientras todo el mundo hacía fotografías con sus móviles: al zumo de naranja o la tostada de mermelada de tomate, a la calva de su compañero de mesa o al escote de alguna de las azafatas.Y era verdad, yo ya era un extraño en este mundo nuevo, pero seguí con mi tarea. Los fui retratando uno por uno, a todos, también a un par de azafatas que era muy bien parecidas. Y recogiendo algunas escenas cotidianas: mientras comían y se emborrachaban, lo mal que bailaban en la discoteca…
Cuando volví al estudio comprobé que mi trabajo no se había quedado grabado, no tenía nada, sólo la desesperación del fracaso. Cogí algunos carretes de una boda que se había celebrado en el mismo lugar que el congreso y retoqué de memoria, la cara de aquellos con los rasgos de éstos. Después de varios días sin salir del cuarto oscuro, llamé a mi sobrino para que fotografiara con la digital aquel trabajo, lo grabará y mandase un correo al organizador del congreso. Al día siguiente responde felicitándome por mi trabajo y contratándome para el próximo congreso de productores de lencería española.
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