Cuando la caja registradora del fútbol mundial hace girar su manivela, a veces suena el tintineo desafinado del negocio que quiere disfrazarse de competición.
Pero ni más rápido, ni más alto, ni más fuerte, ni lema olímpico que valga: taquilla, cámara y acción son los nuevos ejes del deporte mundial.
Y así, esta noche se producirá la conjunción estelar que permitirá ver al planeta fútbol un partido oficial entre las selecciones nacionales de España y Tahití, dentro del invento éste de la Copa de Confederaciones o como se llame.
Improbo está resultando el esfuerzo editorial por precisar a la forofada de “La Roja”, “La Rojita” y otros bufandismos, que Tahití no es Haití aunque ambas sean islas y ambas tengan unos combinados nacionales que suenan más a copa del verano que a Copa del Mundo.
Pero con independencia de las declaraciones de respeto a los futbolistas tahitianos y todo eso, me pregunto qué se nos ha perdido esta noche ante la irrelevante selección tahitiana y, francamente, no encuentro más aliciente que la revisitación de los cuadros de Gauguin y dar la razón a Stevenson cuando, viviendo ya en esas mismas islas, denunció el mal que el hombre blanco estaba haciendo a los nativos introduciendo enfermedades y costumbres absurdas.
En todo caso, cuando esta noche terminen el partido y los bostezos, cobrará todo su sentido el proverbio polinesio que el autor de “Los Mares del Sur” envió a su editor cuando éste le urgía a terminar el libro: “El coral aumenta, la palmera crece, pero el hombre se va”.
Así que lo mismo me voy a la cama a ver si, en lugar de con el pálido Iniesta, sueño con los coloridos pareos de las muchachas de Bora-Bora.
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