Tampoco es tan raro que un partido cuyas contabilidades y finanzas han estado en manos de un Luís Bárcenas durante más de 20 años llevara donde llevó, a la cajas de ahorro bajo su control, y, si las cosas siguen así, al país entero. Aunque los incondicionales del PP pretendan colar de matute la idea de que Bárcenas es, simplemente, una manzana podrida en un cesto de fruta inmaculada, lo cierto es que el partido de Rajoy podía haber elegido para los cargos de gerente y tesorero a una persona honrada.
También podía haber puesto en Caja Madrid a alguien que no fuera Blesa, y en Bankia a alguien que no fuera Rato, y en el ministerio de Economía a alguien que no fuera De Guindos. Mientras Bárcenas tira o no tira de la manta destapando no sus pies, sino los de sus beneficiarios, y el oscuro mundo de donaciones, sobres, comisiones, mordidas y finiquitos que apenas hemos empezado a vislumbrar, se puede reflexionar sobre la compleja relación entre el partido que gobierna y el dinero.
Le gusta. Le gusta mucho. Bárcenas ideó una manera de pillar casi 50 millones de euros mientras llevaba las cuentas del PP, Blesa organizó el desvío masivo de los ahorros de la gente a los bolsillos de Caja Madrid, que estaban temblando, Rato tiró para adelante con esa moto sin ruedas y sin carburador, y De Guindos se inventó lo de la "quita", que viene de quitar, a los ahorros y los patrimonios de las personas decentes, y, habiéndole cogido el gusto, ya no ha parado hasta quitárselos todos.
Dicen los afectos que el PP respira aliviado tras la detención y encarcelamiento preventivo de Luís Bárcenas. Yo no respiraría tanto. Ni tan aliviado.
La Justicia, que parece haber reparado firmemente en la idea de que también hay que sentar la mano a quien manga mucho, es decir, no sólo a las criaturas del arroyo, está embalada, y puede aficionarse y perseverar en esa función que la sociedad desesperada, desamparada, estafada, hastiada, indignada, le reclama a gritos.
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