El "caso Bárcenas" envenena los sueños de la cúpula del PP. Hay dirigentes que, como Arantxa Quiroga o Esperanza Aguirre hablan y dicen abiertamente que se sienten avergonzadas por las historias que se van conociendo pero hay otros que, como el propio presidente del Gobierno, callan y hacen como que el caso no va con ellos.
Es la estrategia del "ya escampará". Una táctica que en otros registros le ha dado buenos resultados a Mariano Rajoy pero que en éste asunto es de dudoso pronóstico porque desde el momento en el que Luis Bárcenas entró en la cárcel hay una variable que ya no controla. Un hombre en prisión es una bomba en potencia; un artefacto que puede estallar en cualquier momento en forma de confesión para obtener mejor trato judicial o porque sintiéndose abandonado, decida llevarse consigo a unos cuantos filisteos.
Que Mariano Rajoy, y con él algunos de los dirigentes veteranos del PP finjan no estar preocupados, es una forma de dar cuerpo al cinismo. Porque cínico es decir hace cinco meses que "nadie podría demostrar que Bárcenas no es inocente" y trasladar hoy a la opinión pública que no están preocupados por el caso y sus presumibles salpicaduras.
Las judiciales, están por ver puesto que dependen de las no improbables revelaciones de Bárcenas acerca del origen del dinero guardado en las cuentas suizas.
Las consecuencias políticas están a la vista de todos: el personal, a través de las encuestas, hace saber que su hartazgo ante la corrupción es mayúsculo y que la desconfianza hacia los políticos se ha generalizado.
Según los últimos sondeos, el PP habría perdido más de un tercio de sus electores. No es consuelo que el PSOE esté en parecida situación vista la forma en la que algunos dirigentes -Griñán en cabeza-, hacen como que el asunto de los ERES no va con ellos. Es otro ejemplo del cinismo. Cinismo que acabará pasándoles factura en las urnas y, en algún caso, puede que en los tribunales. Al tiempo.
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