País Vasco, Cataluña o Valencia generan más riqueza en torno a sus cooperativas que Andalucía. Hace falta más profesionalidad y más conciencia del carácter empresarial de las cooperativas.
Las cooperativas forman parte de lo que se denomina la economía social, cuyo papel en España no es irrelevante, ya que su facturación conjunta supone el 7,5 por ciento del PIB nacional e involucra a 2,4 millones de empleos. Dentro de la economía social, precisamente son las cooperativas el segmento más importante.
El mundo cooperativo, por su parte, también es muy variado y contempla un gran número de categorías, entre las que destacan por su relevancia económica las de trabajo asociado, las cooperativas de consumidores y usuarios, las de vivienda y las agroalimentarias. Andalucía es una de las comunidades que más contribuye al universo cooperativo nacional, y más concretamente al relacionado con la agroalimentación. Así, en las Cuentas Satélite de la Economía Social, la región se constituía, seguida muy de cerca por el País Vasco, en la primera generadora de producto final cooperativo, con un 18,4 por ciento del total nacional. Sin embargo, a la hora de calcular el Valor Añadido Bruto, es decir, la riqueza generada por las empresas, el resultado era distinto.
Andalucía pasaba entonces a un segundo plano con un 15 por ciento, por detrás de Euskadi que concentraba el 30 por ciento del total. ¿Cuál es la razón de tal desfase?
Una primera causa puede ser la mayor diversidad productiva del cooperativismo vasco y su vocación industrial (cuyo máximo exponente es el grupo Mondragón). Pero Cataluña y Valencia también mejoran su aportación al valor añadido sin tener esas características.
Por tanto, una segunda razón, y posiblemente la más importante, es la menor productividad de las empresas cooperativas andaluzas en relación a las regiones líderes.
Aquí encontraremos una nueva variedad de factores explicativos: dispersión de la oferta (sobre todo en el ámbito agroalimentario), inapropiado equipamiento tecnológico y productivo, escasa diferenciación de los productos, poca innovación; etcétera.
Es precisamente en estos factores donde debe concentrarse la apuesta de futuro de las cooperativas andaluzas. Y esto pasa por la profesionalización de la gestión, y por la aceptación de la naturaleza empresarial de la propia cooperativa, circunstancia que desgraciadamente no tienen clara muchos de los socios.
Sólo así se logrará que el propio apellido “cooperativo” se convierta en un distintivo de prestigio para los consumidores.
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