Reconozco que, sin ser precisamente un modelo de fidelidad a las doctrinas varias del catolicismo, soy un ‘fan’ del Papa Francisco. Maaaadre mía, la que ha montado en Brasil. “Este Papa es un ‘crack’”, le oí decir a un ferviente católico de Sao Paulo que, como yo, tiene una actitud sumamente crítica ante la curia, ante las variadas curias o conferencias episcopales nacionales e internacionales.
Oír, nada menos que de labios del Sumo Pontífice, aquello de “qué feo un obispo serio”, me reconcilió con años de críticas a ciertas actitudes de ciertos llamados ‘príncipes de la Iglesia’.
Necesitamos con urgencia un Francisco en la política. Alguien capaz de aceptar un mate que le ofrece un transeúnte, en lugar de llevar a su propio probador de comida, no vaya a ser que lo envenenen los propios.
Yo votaría a alguien como este que se deja de teorías de la representatividad del Papado, de solemnidades y de ceremonias que otros llamarían políticamente correctas y anda repartiendo abrazos de los de verdad a cuantos se cruzan en su camino, que son cualquiera, no los previamente seleccionados.
Lo que pasa es que al Papa no le pueden votar sino quienes le votaron, que espero que alguno no ande ya arrepentido de haberlo hecho. Los demás, nos hemos encontrado, como de casualidad, con Francisco, y es un hallazgo, tanto para quienes están en la ortodoxia como para los heterodoxos y los que se sitúan fuera del redil: no es solamente un líder espiritual, sino también un carismático dirigente temporal.
Que vaya al Parlamento Es urgente: necesitamos un Francisco que comparezca este mismo jueves en el Parlamento en Madrid y nos diga lo que obviamente estamos deseando oír, que no es precisamente el silencio que todo pretende taparlo, justificarlo, mixtificarlo.
Alguien que nos sonría, en lugar de evitar nuestra mirada; que nos toque, en vez de sortearnos; que nos hable al corazón, y no con palabras metálicas.
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