Hoy, Día de la Asunción de María, la Dirección General de Tráfico anuncia que habrá así como siete millones de desplazamientos.
Si el tráfico es fluido espero que cada cual llegue a su destino. Si por el contrario se producen atascos a la entrada y salida de las grandes ciudades, lo mejor es armarse de paciencia, meditar lo que somos y, si les queda algo de humor, releer aquel libro de Julio Cortázar donde los viajeros se comunican como en un impensado picnic a la espera de que desaparezca la cola de vehículos desesperados.
Para los españoles este paréntesis en mitad del verano es una lindísima ocasión para el olvido. No tener que hablar de Luis Bárcenas, postergar para más adelante si Mariano Rajoy nos mintió a los españoles en el Parlamento, olvidar por unas horas la supuesta financiación ilegal del Partido Popular etcétera. Debe contribuir también a ese olvido terapéutico la noticia de que más de media España se encuentra inmersa en sus fiestas veraniegas; se sueltan vaquillas, se tiran cohetes, hay bailes en las plazas y suenan músicas entrañables de cuando éramos niños y los años todavía no tenían ese halo melancólico de las despedidas.
Es cierto que el hecho de llegar a la montaña o la playa supone un precio que hay que pagar, pero todo se da por bienvenido ante la idea de olvidar por unos días la vida chata que llevamos en la ciudad.
Qué placer no oír hablar de subir de nuevo los impuestos ni de bajar todavía más los salarios. Solo nos atormenta la sombra de saber que estamos en un puente y que al otro lado nos espera el mes de septiembre con todas sus monsergas de precios y recortes sin olvidar tampoco que dentro de muy poco comenzaremos a hablar de la cuesta de enero. Los cristianos hablan de la Virgen Asumpta que representa la liberación terrenal de todo lo que a nosotros nos pesa.
¡Oh quién fuera pájaro para volar por encima de los grandes atascos!
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