En algunas ciudades españolas hay calles dedicadas a Sitges. Que yo recuerde, hay una calle Sitges en Aranjuez, sede del veraneo de los Reyes, creo que otra en Roquetas de Mar, y me parece que también en Isla Cristina, posiblemente el lugar más alejado de Sitges de toda la Península.
El alcalde de Sitges, de CiU, ha roto el pacto que tenía con el PP, porque los tres concejales del PP, que mantienen en el poder al alcalde, se han negado a secundar la tontería de cambiar el nombre de Plaza de España por plaza de Pou Vedre, y calle de España por Bassa Rodona, ilustre soplapollez que incrementará notablemente la riqueza más preciada de Sitges, que es el turismo.
Estoy convencido de que ni el alcalde de Aranjuez, ni el de Roquetas van a caer en la estupidez de quitar el nombre de Sitges a sus calles, ni el alcalde Zaragoza, Juan Antonio Belloch, va proponer la solemne tontería de sustituir en nombre de Avenida de Cataluña por el de Pozo Redondo. En mi pueblo, en Zaragoza, la avenida de Cataluña se hizo tristemente célebre, porque tras el horrible atentado de Hipercor, ETA hizo estallar un cuarto de tonelada de amonal en la casa cuartel del la Guardia Civil en dicha avenida, y se llevó la vida de once personas, entre ellas cinco niños.
Eran hijos de guardias civiles, tan hijos como Carod Rovira, el que tuvo la miserable iniciativa de entrevistarse con ETA para que dejaran de matar catalanes, que ellos no tenían nada que ver con España. Ignoro si el alcalde de Sitges, Miguel Forns, posee la misma catadura de Carod Rovira. De lo que hay pruebas es de su talento innegable para atraer el turismo, y su capacidad para hacer amigos y honrar la ciudad que le ha elegido con no demasiados votos. Gracias, don Miguel, me ha abierto los ojos: no volveré a gastar un euro en Sitges, mientras la tontería esté fomentada por alcaldes como usted.
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