Las crisis se llevan por delante grandes baluartes de la sociedad, hasta ese momento supuestamente inexpugnables. En España cayó la poderosa industria inmobiliaria que tenía apaños con buena parte de la nómina política municipal; además, se arruinó una nube de pymes y se desplomaron dos docenas de cajas de ahorro, entre otras víctimas. Así se dispararon dramáticamente las listas de desempleados. Falta ahora pasar cuentas en la política de primera división. PSOE y PP están amenazados por el lógico desgaste de un sistema asentado en décadas pero acelerado en su erosión por la crisis. Cuando se celebren las próximas elecciones generales, en el 2015, se cumplirán cuarenta años de la muerte de Franco. El sistema exige reformas, cambio de cañerías y remodelación de fachada, sin olvidar alguna apertura del sistema electoral. Si en el final del franquismo se hablaba de inmovilismo frente a aperturismo, ahora puede utilizarse un lenguaje similar. De momento, el PP y el PSOE están en el inmovilismo sin matices. El PP prosigue su desgaste sin límite a cuenta del caso Barcenas. Y el PSOE con los ERES de Andalucía que la jueza Alaya no quiere soltar porque es el caso de su vida. Ya va por ciento treinta imputados, algo sin precedentes en la historia judicial. Rajoy está tocado.El paseíllo de los secretarios generales del PP por la Audiencia Nacional - Alvarez Cascos, Arenas y Cospedal- lo ha dejado más en el punto de mira que antes.
Para desviar la atención del fiasco, los estrategas del PP aplican sin demasiado éxito una doble estrategia: desde el Gobierno, el episodio veraniego de las fricciones con Gibraltar, que dejan más bien frío al personal, y, en el interior del PP, preguntar en voz alta de donde sacó tanto dinero Barcenas. Lo malo de preguntar es que te pueden responder y el juez Ruz y las comisiones rogatorias en Suiza pueden acabar diciendo, por ejemplo, que ese dinero es en parte del ex tesorero pero el resto de otras personas a las que representa. Populares y socialistas tienen aún algunos malos tragos por pasar en esta legislatura pero, si quieren llegar medianamente recompuestos a las próximas elecciones, deben emprender la refundación de sus partidos, dejando de vivir económicamente por encima de sus posibilidades porque eso conduce inexorablemente a las malas prácticas. En el caso del PP, refundar quiere decir, además, renovar profundamente su dirección incorporando desde las autonomías gente joven y sin historias raras.
Aunque públicamente no se manifieste así, las opciones parecen concretarse en dos: renovación a fondo de la dirección o transición controlada bajo la dirección de la actual secretaria general. Cualquier cosa menos aplicar la teoría marianista de que es mejor esperar eternamente a que los problemas se resuelvan solos. En época de calma eso puede dar algún resultado pero en crisis profunda, como ahora, hay que actuar: refundación o decadencia. No hay más.
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