La grave afección a las cuerdas vocales que sufren los dirigentes de UGT, y que les impide cualquier declaración acerca del grave asunto del presunto fraude en Andalucía, requiere la urgente intervención de un foniatra con objeto de restaurar las condiciones físicas necesarias que les sirvan para manifestar de viva voz lo que sea: que la culpa es de Rajoy, que nadie sabía nada, o que nos saquen a un Bárcenas sindicalista que se pueda llevar las culpas.
Al menos en el PP han enarbolado la bandera de negar la mayor, y será cinismo o verdad, pero no han permanecido con este silencio espeso que cubre al cuadro directivo de UGT, a no ser que, cumpliendo la normativa sindical, se hayan marchado todos de vacaciones, y nos digan algo el día uno de septiembre. Porque algo nos tienen que decir.
Claro que la necesidad del foniatra viene de antiguo. Cuando todos los indicios encontrados por la juez Alaya nos indicaban que los sindicatos habían participado de manera entusiasta y activa en la estafa de los ERE falsos, tampoco hubo grandes declaraciones. Con lo del dinero que se recoge para formar a trabajadores se continúa con la misma política, aunque creo que debe tratarse de una cuestión médica que requiere la urgente acción de un especialista en gargantas, porque si es grave estafar dinero de los contribuyentes, lo sería tanto más esta aparente parálisis que nos hablaría de unos sindicatos en manos de gente tan cobarde como para no dar la cara, o tan indecisa y pusilánime como para no saber reaccionar.
Estos días, por ejemplo, se lleva mucho lo de que "cada palo aguante su vela", y, también, lo de "respetar las decisiones judiciales", pero es que la juerga del dinero de los cursos de formación ni siquiera está sub judice.
Digan algo. Por ejemplo, que todo es falso. O que todo se debe a una turbia maniobra de Javier Arenas. O que son insidias del alcalde de Sevilla, que es del PP, pero no se regosten en el mutismo. Porque no escampa. Y quien calla otorga.
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