La renuncia de Carme Chacón a su acta de diputada es una noticia que tiene calado político. Lo que para unos es una retirada táctica (a la espera de que el PSC salga de su ambigüedad en relación con el proceso separatista), para otros, es la constatación de su soledad y aislamiento político.
Aislamiento procurado por los actuales dirigentes del PSOE a cuyo jefe, Pérez Rubalcaba, disputó el liderazgo del partido. Chacón sigue teniendo buena acogida entre las bases socialistas, sobremanera entre la gente más joven y mujeres, pero tenía en frente al aparato del partido.
Pese a contar con el apoyo del presidente del PSOE, José Antonio Griñán, lo cierto es que Rubalcaba y sus escuderos habían achicado su terreno de juego. Secado, sería la palabra exacta. No la han dejado asomar cabeza.
Las comisiones, las interpelaciones de foco mediático asegurado, se las han reservado para los afines: Valenciano, Soraya Rodríguez, Madina, etc. Tengo para mí que la renuncia de Griñán en Andalucía ha sido el detonador de la decisión de Chacón, pero la razón primera de su retirada táctica, o puede que estratégica, habría que buscarla en otros registros. En lo político, en Cataluña. El PSC ya no es lo que fue. Es un partido dividido que en las encuestas comparece en caída libre en intención de voto y en el que una parte de sus dirigentes son independentistas y la otra, a través de la vía federal, pretende salvar los muebles. Chacón, ex ministra de Defensa de España -con el poso que deja el paso por tan alta encomienda- ya no está en eso.
Vive y vive bien en Madrid, sus circunstancias familiares son confortables y, aunque lleva en la sangre la pasión de la política, con buen criterio, parece que ha decidido que no le compensa pechar con algunas de las mezquindades del presente. Como en política nada es del todo definitivo, habrá que ver qué dice el tiempo, porque como apuntaba Gracián, la espera prudente sazona los aciertos y madura los secretos pensamientos.
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