Durante su reciente intervención como Orador en el Homenaje anual a Los Coloraos, el diplomático almeriense Inocencio Arias afirmó que una historia como la de los componentes de esta asonada romántica y liberal bien hubiera merecido, de haberse producido ésta en los Estados Unidos, la atención de los guionistas de Hollywood.
Volvamos por tanto al viejo Oscar (no el de los premios cinematográficos, sino a mister Wilde), para recordar que la vida imita al arte mucho más que el arte a la vida. Y nos encontramos que a veces la vida te pone una película delante de los ojos sin que apenas te des cuenta.
Imaginen esta historia: durante la realización de unos trabajos de restauración en una vieja capilla victoriana, se descubre oculta en el artesonado del techo una carta de amor escrita hace 92 años.
En ella, el tierno Joseph, que vive en el condado de Sorbyland, derrite su pluma y su corazón en una misiva dirigida a una misteriosa mujer llamada Emily, anunciándole el envío de un racimo de uvas y recomendándole que no hable con el portador de la fruta. Con estos argumentos, la industria cinematográfica americana hubiera tenido tema suficiente como para hacer un largometraje y hasta una serie televisiva con varias temporadas.
Lo malo es que la historia no ha sucedido allí, sino aquí. En concreto, en la ciudad de Granada, en donde los trabajos de documentación del Museo de la Alhambra han sacado a la luz una misiva de amor, escondida en el artesonado mudéjar de una iglesia, escrita por un tal Pepe, natural de la localidad de Sorvilán, a una tal Emilia, en agosto del año 1921. Pero me temo que nos quedaremos sin estreno en pantalla, igual que nos quedamos sin patio del castillo de los Vélez, aunque eso sí que es de película.
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