Cuando escribo esta carta que va su encuentro desconozco si en las últimas horas se ha filtrado quienes estarán sentados en el Consejo de Gobierno. Ignoro por tanto si habrá algún almeriense entre los elegidos; y lo lamento.
No por curiosidad periodística, al cabo es cuestión de horas saberlo. El interés inquietante de la duda está provocado porque cuando se despeje tendremos la certeza de si la nueva presidenta pone a Almería en el lugar que le corresponde o, como el atropello que cometieron sus antecesores – todos; sin excepción- cae en el error de insistir en el insulto a la inteligencia, el desdén territorial y el error electoral con que el poder sevillano ha tratado a esta provincia en los últimos treinta años.
Que los presidentes Escuredo, Borbolla, Chaves y Griñán hayan confiado en sólo cuatro almerienses entre los 171 nombramientos de consejeros habidos hasta ahora es una relación matemática desoladora. No para los almerienses (o no solo para los almerienses), sino para la inteligencia que habría que presuponerles como presidentes.
Desprecio No hay ni una sólo razón, ni una sola, que justifique tanto desprecio hacia la provincia que más ha avanzado en innovación, creatividad y esfuerzo colectivo. Cuesta imaginar cuánto más podríamos haber avanzado si el desdén de estos años no hubiese sido tanto y el interés tan poco.
No es cuota Susana Díaz tiene en estas horas la capacidad y la responsabilidad de romper con esa contradicción. No es una cuestión de patrioterismo provincial; tampoco de lógica territorial; mucho menos de reparto político de cuota. No es o no será esta provincia la menospreciada si entre los consejeros que tomarán posesión dentro de unas horas no se encuentra ningún almeriense. Una mancha más al tigre no cambia su fisonomía. Será Andalucía la que despreciará una vez más la capacidad de influir de forma directa en el cambio en unas estructuras que han tenido en esta geografía el único (o casi único) territorio en el que un sector tan importante para nuestra comunidad como el agrícola ha roto con mil años de decadente monotonía productiva.
Innovación La agricultura almeriense no da lecciones a nadie porque ha aprendido de todos, pero sí tiene un concepto generoso del conocimiento compartido. Por eso ha sido capaz de hacer en un puñado de años la Reforma Agraria que demanda el siglo XXI y no la del IXX que todavía demandan algunos románticos. Ha convertido el desierto en 30.000 hectáreas de bosque (¿Qué son los invernaderos sino un bosque cubierto de plástico?). La multipropiedad de la tierra ha convertido en quimérica la posibilidad improductiva del terrateniente. La asunción de la tecnología como un instrumento estratégico permanente nos ha convertido en la geografía donde mejor se utiliza en el mundo un recurso tan escaso como el agua. Ha mirado a Europa como mercado, no como centro subvencionador bajo el que dar justo cobijo a necesidades estructurales pero bajo el que también se han cobijado más veces de las necesarias la ausencia de voluntad para innovar.
El azar no ha situado a Almería en la capital mundial de la agricultura intensiva. Ha sido el trabajo y el conocimiento y la voluntad de aprender lo que lo han logrado. Y esas son las razones por las que no alcanzamos a entender que en treinta años de gobiernos autonómicos de trece consejeros de Agricultura sólo uno haya sido almeriense; y no llegó a completar una legislatura.
El PIB Hay quienes han basado desde hace años la sugerencia de que un almeriense ocupara en el nuevo gobierno la consejería de Agricultura en el hecho de que Almería sea la que más aporte al PIB agrícola de Andalucía o que sus exportaciones sean un elemento determinante en nuestra balanza comercial. Son argumentos de peso. Las cifras son rotundas. Pero la importancia de las mismas no radica en el peso de su volumen numérico o porcentual. Lo verdaderamente importante es el trabajo y la inteligencia que las provocan. Las cifras son la consecuencia de una capacidad emprendedora, la concreción aritmética de un modelo productivo.
Hasta ahora en la Andalucía agrícola hay dos filosofías. La tradicional, basada en la subvención (que enmascara el error de la ausencia de competitividad), o la innovadora que busca en las nuevas tecnologías, la experimentación genética o la adecuación a la demanda su estrategia productiva. La leche que produce la vaca es importante, pero lo que más valor añadido y más puestos de trabajo genera es su transformación en pasta, en queso o en galletas.
De las limitaciones del primero y de las posibilidades del segundo las gentes de esta tierra saben mucho. Sería un error insistir en ignorarlo.
Comenzaba su Discurso de Investidura alegrándose (y lamentándose por la insignificancia reveladora del número) de que aquellas seis mujeres que se sentaron en el primer parlamento andaluz protagonizaran el primer paso de una larga marcha que culminó el jueves con la elección de una mujer como presidenta de la Junta. Me gusta esa música. ¿Por qué no llevar ese primer paso más allá y en otros campos hasta ahora ignorados?
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