La Dirección General de Tráfico (DGT) se ha convertido en el Descrédito General de Tributos (DGT), con un afán recaudador que azota a los conductores, y que convierte a los miembros del honrado Cuerpo de la Guardia Civil en atracadores legales, y, lo que es peor, en una especie de cobradores del frac, que tienen que imponer un determinado número de multas para cobrar una cantidad decente.
Esta ignominia, esta degradación que algunos hemos denunciado y que los directores generales niegan sabiendo que mienten, se ha consolidado como una costumbre, convirtiendo a los agentes de tráfico, en una especie entreverada de chulos de carretera y comisionistas según objetivos.
Los guardias civiles están cabreados, los conductores acosados, las asociaciones automovilísticas han denunciado los abusos a organismos internacionales, pero los responsables del Descrédito General de Tributos están sonrientes, porque esta humillación y esta persecución les permite recaudar cada día más.
No sólo eso, sino que suelen tener cada cierto tiempo alguna ocurrencia, sobre todo con las sillas de los niños que, según el sabio de turno, unas veces es bueno que vayan a favor de la marcha y otras es mejor todo lo contrario.
En España tenemos el problema de la baja tasa de natalidad, pero la Dirección General de Tráfico se encarga de fomentar este problema. España es el único país de la UE donde un matrimonio con tres hijos no puede viajar en un automóvil normal, porque no caben las sillas, y donde una madre con dos niños pequeños tiene que ir andando hasta reventarse, porque las normas de estos sabios le impiden tomar un taxi. A este abuso se quieren sumar ahora algunos alcaldes con vocación de sátrapas, poniendo velocidades máximas de 30 kilómetros por hora. ¿Para cuándo agentes apostados que disparen balas de verdad sobre los conductores ? Apenas habría muertos por carretera: sólo muertos por disparos. Eso sí: pensando en nosotros.
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