Cada vez hablamos más, o cada vez nos vemos obligados a decir más. La insaciable demanda mediática de declaraciones, combinada con la profusión de simposios, congresos, jornadas o ferias de muestras que han de explicarse o justificarse a través de discursos e intervenciones tan innecesarias como reiterativas, acaban produciendo frases inexplicables y paparruchas sin límite que, solemnizadas por los atriles y bajo los focos, acaban convirtiéndose en paradigmas de esta sociedad acelerada e irreflexiva en la que vivimos.
Y asusta ver el modo en que una idiotez consume y agota velozmente a la anterior. De hecho, ya no se habla de esa olímpica “relaxing-cup-de-café-con-leche” de la alcaldesa de Madrid, sino de un sensacional pronóstico del ministro Cristóbal Montoro, que acaba de anunciar que “dentro de poco España volverá a asombrar al mundo”, como si el mundo entero no estuviera ya suficientemente boquiabierto con las cosas que vienen pasando en nuestro país en la última década. Pero lo más preocupante de esta falta de perspectiva o de control de lo que se dice o anuncia en foros públicos es que aparentemente no tiene límites. Incluso en la esfera local también hay hueco para el sinapismo. Sin ir más lejos, el delegado de Agricultura de la Junta de Andalucía en Almería, José Manuel Ortiz, que se encontraba en Sevilla acompañando a las empresas almerienses que participaban en la feria de muestras “Andalucía Sabor”, se puso imperial a la hora de los discursos y dejó pasmados a todos los asistentes al asegurar que “en los mercados almerienses nunca se pone el sol”, en plan Felipe II (el rey, no el brandy).
En fin, creo que es urgente que empecemos a dominar esa necesidad de hacer hablar a todo el mundo a todas horas y así nos evitaremos bochornos.
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