Si perdiéramos de vista el interés general podríamos concluir que al presidente de Madrid, Ignacio González, le asiste la razón cuando reclama un trato más equitativo en el reparto de los dineros del Estado, visto que tras echar cuentas resulta que su Comunidad aporta más de lo que recibe.
Su argumento es de oro: sí Madrid es contribuyente neto a las arcas del Reino no parece justo que salga perdiendo en el balance entre lo que aporta y lo que recibe. Técnicamente hablando, puede que tenga razón, cosa diferente es la cuestión política. Ahí, yerra.
Yerra, si lo que pretende es abrir un camino a imagen y semejanza del trazado por los nacionalistas catalanes. Su amenaza de convocar a los madrileños para saber qué opinan acerca de la balanza fiscal, no es políticamente responsable y, si nació para provocar un debate en el seno del PP, a la vista está que ha conseguido el efecto contrario. En este asunto, Rajoy ha sido inopinadamente claro: ahora no toca abrir el melón. Antes, el Gobierno se compromete a publicar las dichosas balanzas fiscales. Que son el origen de no pocos agravios y discursos políticos contaminados por la demagogia. Demagogia que olvida que al aprobar la Constitución, los españoles optamos por la solidaridad entre las nacionalidades y regiones.
Y, digamoslo pronto: como país no nos ha ido mal. Si aparcamos las secuelas de la recesión económica y omitimos los detalles que describen las miserias de la política inducidas, resulta que hemos vivido en el mejor período de nuestra Historia.
Y así deberíamos seguir: juntos y solidarios. Sin renunciar a mejorar lo cercano, pero sin dejarnos reclutar y envenenar por el discursos de los políticos que se dedican a ensanchar la diferencias. No lo digo por las pretensiones de Ignacio González, sino por la política seguida por Artur Mas en Cataluña. Política que al pretender saltarse las reglas de juego y exigir rancho aparte pone en riesgo la estabilidad de un edificio que es la obra de más de cinco siglos de convivencia.
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