En las afueras de la localidad cantabra de Potes se erige una escultura que presenta a un hombre montado sobre los lomos de un caballo al trote. Se trata del monumento al médico rural, profesionales que han hecho de su vida una vocación y que hoy, salvadas las distancias con los actuales médicos de atención primaria, como mi paisano, el doctor Martínez Torres, son un referente en el ejercicio del “arte de curar”. Tienen o han tenido distintos nombres de pila con un don delante que nadie olvida. Julio Raya, en los Gallardos, Miguel Lorente, en los pueblos del Alto Almanzora, Evaristo y Ovidio Martínez, padre e hijo, en Oria, Juan Pedro Sánchez, y casi un siglo antes mi desafortunado bisabuelo, Antonio Segundo Reche. Hay otros muchos profesionales que han batallado con la falta de medios y la orografía, siempre asistidos en su ejercicio por una incondicional compañera: la soledad, pero nunca ausentes del trato personal con el paciente. En la memoria colectiva de los pueblos perviven los pasajes e impresiones de quienes por razones profesionales han habitado entre sus muros. En el caso de mi pueblo, de todo ha habido en esta villa sin señor cuando se rememoran pasos e improntas de quienes han ejercido su oficio en la misma. Entre estas remembranzas destaca por su agradable recuerdo, corrección y rigurosa praxis la del médico veratense Ginés López Martínez, innovador internista en la aplicación de las tecnologías móviles, cuya actuación se escribe hoy con gratitud y bonanza verbal por parte de sus pacientes, y de quien su desaparecido colega, el doctor Martínez Zaragoza, no dudaba en señalar que “llegaría a saber más que un catedrático”. Y es que como el galeno del monumento, los profesionales de ahora con vocación, oficio y afán de superación saben ejercer “el arte de curar”, es decir, son médicos en toda su plenitud.
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