En estas últimas semanas he tenido ocasión de leer algunos suplementos que intentan concentrarse en el fomento de la lectura. En todos ellos he encontrado una estructura común: se parte de una situación complicada –alarmante, dirían algunos- en lo que a hábito lector se refiere, y procuran aportar claves pedagógicas, compartir experiencias personales de lectores y escritores, evidenciar los beneficios de las nuevas tecnologías y examinar el papel de las políticas educativas y culturales de los últimos años. No es cuestión de ir de apocalíptico, pero, una vez leídos y comparados algunos de estos análisis, la cosa da miedito. Los números de lectura de la comunidad hispanohablante dan para que la inquietud nos cosquillee en el espinazo. Se supone que la media de libros leídos al año por habitante en América Latina oscila entre cinco y seis, con una cifra de volúmenes publicados en 2012 que sobrepasa los ciento cincuenta mil. Y en España, con unos cien mil libros publicados, hemos alcanzado un máximo de diez libros. La cosa, así planteada, no parece tan desastrosa. Pero cuando nos topamos con los datos de otros países relativamente próximos nos pueden entrar ganas de agarrar con sutileza los bártulos y coger la orillita del camino. En Finlandia, por ejemplo, la media ronda los cuarenta y siete libros anuales. Los islandeses se quedan en los cuarenta, pero uno de cada diez acabará escribiendo un libro a lo largo de su vida. Los noruegos están a punto de saltar la veintena de volúmenes y los alemanes se quedan en quince. Lamento escribir que tampoco somos de los que más entendemos aquello que leemos. Finlandia se lleva nuevamente el gato al agua. Le sigue Canadá, Nueva Zelanda, Australia, Irlanda, Corea del Sur, Reino Unido, Japón, Suecia, Austria, Bélgica, Islandia y Noruega. De nuestro país ni rastro. Al menos yo no he dado con su eñe. Y es que nuestro Gremio de Editores dio a conocer un dato escalofriante: más del cuarenta y seis por ciento de los españoles nunca lee libros. Nunca. Never. Eso sí que es una crisis económica, social, cultural, educativa, política y existencial. Sé que muchos de vosotros estaréis pensando que en este país se lee cada vez más en los nuevos soportes –tablets, e-readers, móviles…-. De hecho, yo he dicho y escrito eso mismo más de una vez. Y quizá tengamos razón, leamos más que nunca y el panorama no pinte tan negro. Pero me da la impresión de que si nos vuelven a comparar en lo digital con otros países vecinos también salimos trasquilados. Así que mejor cogemos un libro, nos ponemos cómodos y rompemos a leer. Es una buena forma de empezar a cambiar todo aquello que deseamos que sea de otra forma.
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