Si viviera en este tiempo el inefable Fernando VII tal vez tendría que cambiar su célebre frase sobre la universidad y las escuelas taurinas. Hoy el sustituto de los templos del saber son los campos del balón redondo en la medida en que este deporte se universaliza. Las corridas de toros andan en caída libre. Solo se celebran en España, parte de Francia y en la América hispana.
El fútbol, en cambio, aparece como el destino vital de grandes masas, esperanza de redención de millones de jóvenes que no tienen otra posibilidad de salir de pobres. Este año se celebra el 150 aniversario de su invención por los ingleses prósperos y desocupados. Leo que los londinenses han puesto la efigie de los más grandes jugadores de la historia en las bocas de lo metros como homenaje. No es para menos porque el fútbol lleva camino de convertirse en iglesia universal con sus pontífices, sus santos y sus escoliastas para la pureza de la fe. De su penetración pedagógica para la formación intelectual de grandes y pequeños no necesito mucho para convencerme. Basta ver lo que hemos aprendido todos este verano con los problemas musculares de Gareth Bale, ese jugador carísimo del Madrid. ¿Desde cuándo íbamos a saber distinguir una sobrecarga de una contractura, una hernia discal de una protrusión sino fuera porque asistimos a un clase al aire libre de medicina osteomuscular?
Como dice un suelto sin firma de El País: “Si existiera un Premio Nobel a la Divulgación Médica, el Real Madrid tendría más galardones que Copas de Europa. La tendencia de sus directivos a fichar lisiados en potencia, lesionados crónicos y obesos recalcitrantes ha convertido a los seguidores del club en expertos traumatólogos”. Y no solo en medicina, también en geografía humana. No conozco a nadie que le guste este deporte que no sepa el nombre de los estadios extranjeros donde ha jugado alguna vez tanto el Madrid como el Barcelona. ¿Y qué decir de las escuelas interpretativas? Sabemos lo que es un buble, un dribling, una rabona, etcétera. Con razón el otro día los investigadores del CSIC pedían para la ciencia española tantos millones como le dieron a Bale. Montoro lo está dudando.
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