Lo que se puede contar de dos entrevistas en Sevilla

Lo que se puede contar de dos entrevistas en Sevilla

Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 27 oct. 2013

El encuentro con la presidenta hubiese resultado una conversación marcada por la brevedad que impone el protocolo si no hubiese sido por su intencionada voluntad de no eludir una de sus actuales problemas de cabecera (así se lo definió a un periodista en una visita a la Alpujarra) y que tiene a Sevilla y Almería como protagonistas.


-Presidenta, tienes la posibilidad de acabar con treinta y dos años de desencuentro entre el poder sevillano y Almería. Desde el referéndum autonómico del 81, Sevilla y Almería nunca se han sentido cerca y a los olvidos de aquella los almerienses hemos respondido con la incomodidad de pertenecer a un club que nos desdeña. Tienes en tu mano que la situación cambie, que se produzca un punto de inflexión en ese sentimiento compartido de desencuentro. Las reflexiones que han llegado a tu mesa a través de opiniones solicitadas por personas de tu entorno, por medio de informes o a través de entrevistas de algunos almerienses contigo o con algunos de tus consejeros son una buena guía para acabar con un problema, tan enquistado ya, que puede acabar gangrenando una situación tan indeseada como inevitable si los agravios continúan acumulándose. Tu- y te lo digo mirándote a los ojos- puedes cambiarlo. 


La publicación de su respuesta a mis palabras aconseja esperar a que la duda razonante que siempre debe cultivar un periodista ante un político se convierta en certeza razonada en plazos. Será solo cuestión de semanas, pero sirva como adelanto que algunas de sus consideraciones sorprenderán a quienes para hacer méritos salieron en su auxilio sin que nadie- y menos ella- se lo pidiera. En el espacio teatral de la política los aplaudidores de oficio siempre ocupan las filas del ridículo.




La otra conversación fue con su antecesor. Yo había hablado durante su mandato varias veces con el ya ex presidente pero aunque siempre lo encontré lucidamente lúcido, nunca lo encontré tan relajado, tan satisfecho, tan escéptico; tan sabio quizá. (Será por eso que dicen que el escepticismo es la filosofía de los sabios).


Griñán no es un sabio, pero sí sabía cuando por mayo decidió dejar la presidencia y eligió a Susana Díaz para que le sustituyera cuál iba a ser su hoja de ruta y - y esto nunca lo admitirá- los porqués de las decisiones a tomar. Con su inesperada (por aparentemente apresurada)  decisión, el entonces presidente provocaba tres jugadas distintas y un solo objetivo verdadero.




La primera consistía en arrebatar a la juez Alaya el estrellato de imputarle siendo presidente, lo que le obligaría a dimitir o, de no hacerlo, a recorrer las estaciones de un vía crucis insoportable a una autoestima tan alta como la suya.


La sumisión no le impidió al Cristo pedir en el huerto de los olivos que pasara aquel cáliz tan amargo. La soberbia intelectual de Griñan no podía permitir que la jueza se hiciera al final con el fruto y las llaves del huerto. “podrás imputarme- pensaría Griñán, aunque nunca lo diga- pero tu decisión no llevará aparejada mi renuncia. El tiempo judicial lo puedes marcar tú; pero el político lo marco yo”. Con su abandono, la presa más perseguida abandonaba la línea de tiro. El procedimiento jurídico será igual; sus consecuencias, distintas.




La segunda jugada de Griñán tenía como objetivo romper la táctica del PP y poner en evidencia que no tiene estrategia.


Desde que estalló el escándalo de los Eres el PP hizo del caso su único tema de oposición. Su obsesión, tan sevillana, de convertir a la calle Sierpes en el centro del universo le abocó al error de creer que no había vida más allá de los Eres. Es cierto que el escándalo ya debía haberse cobrado el precio que, por acción u omisión, impone la lógica política. Comenzando por Viera, pasando por Chaves y terminando en Griñán, todos debían haber pagado con su dimisión el saqueo a las arcas sobre las que ellos tenían encomendada la custodia. No ha sido así. Y no lo ha sido, entre otras causas, por la estrategia judicial seguida. Si Alaya hubiese imputado a todos los que hayan tenido relación con el caso, no sólo a los no aforados, la situación de estos últimos hubiese resultado insoportable y su mantenimiento en el poder, impúdico. El PP siempre confió en que ese momento llegaría. Con lo que no contaba era con que el presidente dejaría de serlo y la caza mayor perseguida durante años acabaría siendo una pieza menor. El acta de senador no es la presidencia de la Junta.


Ante la mirada sorprendida de los dirigentes populares Griñán abandonó el pelotón de fusilamiento y fue a refugiarse en el Senado. Con su abandono la pólvora se convertía en fogueo. En un instante el PP se quedaba sin estrategia: el reo había huido del paredón y los que formaban el pelotón se quedaban sin pieza a abatir.


Griñán, con su huida, había conseguido- tercera jugada- recomponer al PSOE y descomponer al PP. La crisis abierta en el PSOE con la sucesión acababa abriendo en el PP la herida sin remedio previsible del próximo candidato de los populares a la Junta. El PP no estaba preparado para la derrota de las autonómicas de 2012 y no estaba preparado para un escenario distinto al de un Griñán imputado en la presidencia de la Junta. Si el relato hubiese seguido el guión previsto, los populares hubieran forzado, con razón y con razones, la renuncia del presidente y las elecciones anticipadas. 


Pero, con su abandono, no sólo se adelantó a la juez Alaya y burló el diseño previsto por sus enemigos; activó también el relato posterior a su provocada sucesión.  Griñán sabe que una cosa es el poder y otra -y este es su objetivo aunque lo niegue- la influencia. Aquel es, por definición democrática, transitivo; esta, si se sabe utilizar, tiende a la perdurabilidad. Pero el ex presidente no quiere influir en Andalucía; su jugada es de más largo circuito. Con la designación de Susana Díaz sabía que podría influir en el futuro del PSOE. Han bastado sólo cuarenta días para que la proyección de la presidenta andaluza en la política nacional haya provocado en la actual dirección del PSOE la inquietud de las próximas quinientas noches sobre qué hará Andalucía y cuándo en relación al futuro del PSOE nacional.


Cómo en el caso de las decisiones de Susana Díaz con Almería, la influencia de los socialistas andaluces en el socialismo nacional será sólo cuestión de semanas. Aunque los dados han comenzado a rodar que nadie haga juego todavía. Sobre el tapete puede aparecer una ficha tapada y, por tanto, en la que nadie pensaba.


Eso, al menos, es lo que piensa Griñán. 



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