Confieso que me ha causado bastante decepción la reacción de los ciudadanos europeos ante la constatación de una sospecha antigua: que los servicios secretos de todo el mundo se pasan por el arco triunfal de la tecnología los derechos de libertad e intimidad de los contribuyentes que les pagan para que espíen.
El falso dilema entre seguridad y libertad ya se ha resuelto como si fuéramos turistas. (Los turistas prefieren viajar a los países donde hay una dictadura o un régimen fuerte -Cuba, Marruecos, China- que a los lugares nominalmente democráticos, pero con una manifiesta inseguridad, como es el caso de Méjico).
Esta pusilanimidad es un claro símbolo de la decadencia que con tanta anticipación nos anunció Spengler, y un síntoma en el que hay una correlación clarísima entre unos votantes amodorrados y acomodaticios y unos políticos que han sustituido la ideología por lo que le dicen en cada momento las encuestas.
Si mañana las encuestas muestran que una gran mayoría de los ciudadanos españoles son partidarios de que los niños comiencen a beber alcohol a las doce años, no tardarán los partidos políticos en adoptar ese objetivo, sin ningún rubor.
De hecho, la alcoholización de los menores de edad está institucionalizada en la mayor parte de los municipios españoles a través del botellón, porque los alcaldes están cagados de miedo de que cuatro críos les llamen fascistas si lo prohíben.
Porque no se trata de evitar los barridos telefónicos y las escuchas, que eso es ya casi imposible, pero es que ni siquiera existe la más mínima curiosidad para garantizar que esos datos privados sean destruidos, una vez demostrado que no somos terroristas.
Ni siquiera eso. Lo que significa, ni más, ni menos, que Europa está preparada para un totalitarismo del signo que sea. Ya estamos en la antesala. El amodorramiento siempre es un excelente preámbulo. beatae vitae dicta sunt explicabo.
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