Hace ya medio siglo desde que Federico Fellini nos contase la historia de un columnista aspirante a novelista que, rindiéndose a la evidente lentitud del ascenso social por vía del mérito literario, decide dar el salto a la gloria vendiendo fotos tomadas a los famosos. “La dolce vita” es, además de una gran película, la primera vez en la que vemos asomarse la potencialidad del fenómeno “paparazzi” y su capacidad devoradora de vidas y secretos.
Desde entonces el género de la fotografía de celebridades ha evolucionado, como han cambiado las formas y los estilos de los profesionales, llegando en la actualidad a una especie de acecho más cinegético que periodístico. Pero también es cierto que, como todo, la percepción que se tiene de determinados gremios fluctúa en base al beneficio personal del juzgador. Recordarán que hace unos meses hubo una serie de protestas por la labor de arponeo fotográfico que, al estilo de los cazadores de ballenas, realizaron los chicos de la prensa gráfica para dar testimonio del paso por Aguamarga de miembros de la realeza europea (disculpen que no me levante ahora a ver de qué princesa se trataba). “Que les dejen en paz”; “Ya está bien de acoso”; “Nadie va a querer volver por aquí”; “Qué fastidio de periodistas”, etcétera. Así se expresaban en su día los responsables municipales, comerciantes y hosteleros, molestísimos con la presencia de enviados especiales por la zona. Comparen ahora ese malestar con la algodonosa sensación de feliz agradecimiento que estas mismas personas tienen con la prensa, por la extraordinaria difusión de la comarca que han supuesto las fotos de los Principes de Asturias durante este pasado puente. Ahora los “paparazzi” son buenos y habrá hasta quien quiera ofrecer alguna fuente o pilón para que las princesas herederas se bañen allí de noche, igual que Anita Ekberg hacía en la Fontana de Trevi.
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