Los empresarios siempre han tenido mala prensa entre nosotros. Si fracasan, porque son unos ineptos; si triunfan, porque se lo deben a las subvenciones. Quizá se trate sólo del síndrome bíblico de la dificultad que tienen para entrar en el reino de los cielos; ya saben, el versículo del ojo de una aguja y el camello; o tal vez sea por algo con menos carga teológica y más mala leche: la envidia trufada de rencor. Claro que el intento de descalificación de globaliza cuando quienes los representan critican las decisiones del poder político.
Lo cierto es que, a quienes son capaces de generar riqueza, los profesionales del nadismo- nunca hacen nada ni dejan hacer- siempre los sitúan en el ojo del huracán. Treinta años de periodismo y un millón de conversaciones me han llevado a la conclusión de que no hay nada más almeriense que el “abajo el que suba”.
En contra de lo que pudiera pensarse no es esta una patología aplicable en exclusividad a una izquierda inoculada con el virus de la lucha de clases. La derecha, tan tradicional, también se apunta a la balacera sutil de la desconsideración. Las últimas semanas son un ejemplo de trinchera compartida por populares y socialistas frente a quienes han cumplido con el imperativo cívico de censurar lo que consideran injusto con la provincia.
Las críticas de los representantes empresariales a los presupuestos del Estado y autonómicos no han sido recibidas con el interés de quien está obligado por mandato democrático a escuchar con atención a los ciudadanos, sino con la excusa del mal pagador que no cumple sus promesas con los electores, cuando no con la descalificación infantil del “ a mí me criticas más que a mi adversario”.
Los Presupuestos de unos y otros son una afrenta para los almerienses. No habrá obras reales en el Ave ni en los tramos almerienses de la autovía interminable con Málaga; tampoco habrá una segunda piedra para el materno infantil ni un mortero de hormigón para la variante de Roquetas, por citar sólo dos síntomas del trato vejatorio de los gobiernos central y autonómico con Almería.
Pero tan sorprendente como este permanente olvido es el cinismo con que se comportan algunos. Emilio Ruiz lo dibujaba con extraordinaria nitidez en su columna del domingo cuando reproducía las críticas del PP a Susana Díaz por los presupuestos andaluces y, un punto y seguido después, recogía los mismos argumentos pero, esta vez, de los socialistas a los presupuestos de Rajoy. La misma música con distintos intérpretes.
Lo desalentador es que ni unos ni otros hayan tenido ni coherencia, ni valor, ni compostura, ni compromiso. Coherencia para no pretender engañar a los ciudadanos exigiendo al gobierno adversario lo que no exiges al tuyo. Valor para decir con claridad que estos presupuestos no satisfacen las aspiraciones legítimas de los almerienses. Compostura para no esconderse en las miserias del otro ocultando las propias. Compromiso para criticar de forma decidida el olvido del que hemos sido víctimas.
Es verdad que la crisis cercena muchas aspiraciones, que las cuentas son las que son; pero no es menos cierto que los almerienses, que fuimos los últimos en llegar a tantos sitios, no debemos ser los primeros en sufrir las consecuencias de los recortes.
Los políticos almerienses no deberían olvidar que el silencio nunca ha arribado a ningún puerto; que la resignación no es una virtud, es una impostura cuando te han elegido para defender los intereses colectivos y se cobra tanto y tan bien por ello. El político debe defender a quien le ha votado, no a quien lo ha elegido para ir en una lista. Esa es una perversión que está alejando cada vez más a los ciudadanos de los políticos.
A los parlamentarios de PP. PSOE o IU los ciudadanos los han votado para que defiendan y gestionen ante sus gobiernos los intereses compartidos, no para que aplaudan a quienes les olvidan o callen ante quienes nos marginan.
Pues bien, en medio de este silencio servil han sido los colectivos empresariales los que han alzado la voz y algún representante, como el presidente de Asempal, con estridencia para decir que Almería está siendo considerada como “el culo del mundo”.
El desdén de quienes nos gobiernan por las aspiraciones justas de los ciudadanos no hace concebir ninguna esperanza en que estas quejas alcancen a sus conciencias. Pero al menos defendamos el derecho a la crítica, el recurso al desahogo.
Los Presupuestos del Gobierno y de la Junta son malos para Almería por mucho que se empeñe la militancia de unos y otros en decir lo contrario para engañarnos. No se los crean.
Los presidentes de la Cámara y Asempal han dicho la verdad que los políticos han intentado (inútilmente) esconder.
Los exquisitos discípulos del versículo podrán continuar defendiendo el argumento de la aguja y el pajar, pero esta vez los empresarios tienen razón. Toda la razón y, además, han estado en su sitio. Donde no han estado a quienes elegimos para que nos representaran. Su protesta ante los gobiernos que ellos sostienen no hubiese modificado quizá las partidas presupuestarias, pero habrían dejado tranquila su conciencia. Y su decencia democrática.
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Pedro Manuel de la Cruz