Compraron un pequeño acuario sin haber imaginado que alguna vez tendrían uno. Cosas de la vida. Escogieron el de prestaciones más modestas. Luz, oxigenador, ánfora y un par de algas artificiales. Cubrieron el fondo con piedras blancas, lo llenaron de agua y echaron tres peces a nadar. Parecían tres bolas de hielo viajando del fondo a la superficie una y otra vez. Boqueaban con fuerza y se guarecían detrás de las algas. Ninguno de los dos reprimió el deseo de dar golpecitos en el cristal. Los peces guardaron silencio.
Compraron un pequeño acuario cuando menos lo esperaban. Cosas de la vida. Después de moverlo de una habitación a otra, lo dejaron justo al entrar en casa. Ella decía que la luz daba sensación de amplitud y él que era el mejor recibimiento posible. No tardaron en buscar el nombre científico de cada pez. Se les antojó impronunciable. Como algunos objetos en desuso o como todas las emociones nuevas. El último en irse a la cama apagaba la luz del acuario y dejaba que el sonido de las burbujas rodara por el suelo. Por la mañana cualquier cosa era nueva, transparente. Sobre todo sus cuerpos.
Compraron un pequeño acuario el mismo día que él supo que lo despedían del trabajo. Cosas de la vida. Ella se acercó al escaparate y miró los peces durante un buen rato. Habría más de cincuenta enredados en una especie de caos o maldición. No parecía existir orden alguno, y lo cierto es que resultaba hermoso. Se acercó al escaparate y no dijo nada. Sólo señaló con el dedo como si fuera a trazar una estela legible o natural en el curso de aquellas aletas. Para entonces, él ya estaba al otro lado de cristal y le hacía señas para que entrara a la tienda. Escogieron un pez negro y dos naranjas.
Compraron un pequeño acuario y se fueron a celebrarlo a un bar que siempre está lo suficientemente cerca. Cosas de la vida. Bebieron cerveza hasta que decidieron que ya estaba bien, que lo adecuado era subir a casa y echarse en el colchón a dar vueltas y vueltas. Pensó en decírselo. Hubo varios momentos en que estuvo a punto y quizá habría sido lo correcto. Me han echado del trabajo. No tenía ni idea de que las cosas estuvieran tan mal en la oficina. Aun así, creo que todo nos va a ir bien. Ya verás. Sin embargo, no sacó el tema y esa noche se dijeron todo cuanto sabían de peces.
Compraron un pequeño acuario y lo arrastraron en cada una de sus mudanzas. Cosas de la vida. Tres ciudades y cuatro casas. Todos los peces y todas las burbujas. Supongo que por la mañana cualquier cosa siguió siendo nueva y transparente. Sobre todo sus cuerpos.
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