En el vuelo de Alitalia que le llevaba de regreso a Roma desde Río de Janeiro, el Papa Francisco respondió a la pregunta de un periodista sobre las turbulencias dentro de la Iglesia que “un árbol que cae hace más ruido que un bosque que crece”. La frase me gustó. No sólo por su belleza- Bergoglio, como buen argentino, es un hacedor de palabras-, sino porque adentrándonos entre sus ramas encontramos explicación a por qué siempre acapara más la atención la levedad luminosa de la llama que la consistencia permanente de la brasa que antes la provocó. Todos sentimos una atracción irresistible por la ruptura de la normalidad. Lo inesperado es siempre más atrayente que lo habitual.
La provincia celebró ayer en Carboneras su Día. Es una fiesta que ya cuenta con quince años de trayectoria y a la que el tiempo ha ido consolidando en una tierra en la que el calendario se torna a veces cruel; la persistencia nunca ha sido virtud muy almeriense y el pasado está lleno de proyectos que alcanzaron su ocaso cuando apenas se habían desperezado.
Por eso está bien cualquier decisión que contribuya a la consolidación de un sentimiento de identidad provincial. La amplia geografía del territorio almeriense, sus endiabladas comunicaciones hasta casi antesdeayer, la diversidad de sus estructuras productivas y la histórica colonización (académica y sanitaria) de Granada y (comercial) de Murcia consolidó entre los almerienses un sentimiento burocrático de pertenencia, pero no de identidad.
Adra o Los Vélez atraían la atención de los habitantes de Níjar o del Andarax cuando un hecho dramático rompía la normalidad de una vida que contaba sus horas desde la rutina. Nunca sabremos cuantos miles de vecinos del Poniente murieron sin conocer el blanco encalado de Mojácar; cuántos habitantes del Almanzora nunca supieron que la Alcazaba de la capital es un ejemplo único de arquitectura e ingeniería musulmana.
Los almerienses siempre hemos vivido de espaldas unos a otros. En los últimos decenios la situación ha dado un vuelco espectacular y es ahora cuando estamos comenzando a conocernos y a reconocernos. Los invernaderos de Níjar, El Ejido o La Mojonera son un patrimonio provincial compartido; el Silestone es un símbolo del que los almerienses sin excepción se sienten orgullosos. Nuestro paisaje, un plató único y universal más valorado por los que nos miran desde extramuros que por los que en el vivimos. Con unos y otros estamos conquistando el mercado y en esa aventura todos nos sentimos partícipes.
No es un detalle menor. Que estemos rompiendo la visión aldeana de la realidad hace que las posibilidades de cambiarla para avanzar hacia metas compartidas sean esperanzadoramente mayores. La tendencia al cantonalismo que algunos albergaron acabó en el momento en que quienes la propiciaban acabaron mostrando públicamente que lo que se escondía detrás de aquel patriotismo de cartón sólo eran intereses personales.
Una provincia no se construye desde un pueblo, por muy importante que sea; ni desde una capital, por mucha burocracia que acumule; ni por una circunstancia cultural, por muy importante e influyente que sea o haya sido en la historia. Es un mosaico que se construye entre todos para que sea para todos.
Y en este camino es bueno que nos atraiga no sólo el árbol que cae, sino el bosque que crece. Pero no basta sólo con que nos atraiga más el crecimiento permanente que la caída puntual. Es necesario, imprescindible, que asumamos que todos colaboramos a su crecimiento. Nada de lo que ocurra en la provincia debe ser ajeno a los que vivimos en ella. La excelencia no debe ser patrimonio exclusivo de quien la produce ni excluyente para quienes la ven con admiración desde sus entornos.
Cuando en los Harrolds de Londres alguien ve en sus estanterías productos agrícolas de la provincia, cuando en un escaparate de Chicago aparece destacada una muestra de Silestone, cuando en un cine de Singapur un título de crédito diga que Exodus se rodó en Tabernas, cuando en una Web de Berlín alguien lea un reclamo turístico de Roquetas, los almerienses estaríamos ciegos de entendimiento si no comprendiéramos que detrás de esos productos, detrás de esos paisajes, estamos todos los almerienses. Porque una geografía no es un territorio construido de tierra y sol. Es un escenario lleno de vida porque son las vidas que en el habitan la que lo hacen ser como es y llegar donde ha llegado.
Los almerienses tenemos una provincia de la que sentirnos orgullosos; sin falsos triunfalismos, sabiendo que es mucho el camino que queda por andar. Pero sabiendo también que recorrerlo será más fácil si lo hacemos desde ese sentimiento de identidad que convierte el éxito individual en un triunfo colectivo.
Rompamos de una vez con el pesimismo. Y no olvidemos que el bosque que crece es más importante que el árbol que cae.
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Pedro Manuel de la Cruz