Hay frases que en su aparente simplicidad esconden un mensaje demoledor. El congreso que ayer llevó a la secretaria general regional a Susana Díaz ha situado como eslogan “la fuerza que nos une”, cinco palabras de texto que si son leídas desde su pretexto y su contexto encierran un contenido que va mucho más allá de un recurso recurrente: es una declaración de intenciones.
Susana Díaz ha dejado claro ante quienes han ido este fin de semana a Granada para mostrarle su adhesión- que han sido todos los que son o quieren ser algo en el PSOE- que la sombra de la socialdemocracia del sur vuelve a ser alargada.
La hoja caída en el agua de un río no vuelve nunca sobre el recodo que quedó atrás. No estamos, por tanto, ante el regreso a aquel pasado en el que las líneas estratégicas de los socialistas españoles estaban escritas por Guerra y Felipe. Ese libro está cerrado aunque muchos lo miren desde la melancolía que siempre provoca el tiempo perdido. Lo que Susana Díaz ha dicho (porque lo ha querido decir) con el congreso que hoy termina es que el futuro de socialismo español no va a ser escrito sin el PSOE andaluz.
La desolación provocada por el zapaterismo en el seno del PSOE ha sido tan devastadora que las diferentes federaciones que componen el partido se han comportado en los últimos años en una deriva sin rumbo. Zapatero nunca estuvo preparado para dirigir un partido (y menos un país) y sus ocurrencias acabaron por convertir el partido en una partida. El PSOE es hoy una orquesta desafinada en medio de una tormenta de partituras.
Por eso se entiende que con sólo dos intervenciones- la de la Conferencia nacional de hace unos días, la del Ritz de hace unos meses- Susana Díaz haya irrumpido en la política nacional con un impacto colosal. Lo que la presidenta andaluza dijo en esas dos intervenciones no fue más allá de lo que impone el sentido común. Pero en un partido en el que la coherencia era y es el menos común de los sentidos sus palabras sonaban a novedad, a camino intransitado, a verdad olvidada.
El PSOE debe ser obrero y español y algunas de sus organizaciones llevan demasiado tiempo no siendo ni lo uno ni lo otro, como es el caso del PSC; debe ser un partido y no en una algarabía cercana al asamblearismo ocurrente del 15 M, como es el caso del secretario de la federación socialista madrileña de Tomás Gómez, un político experto en dar lecciones sobre cómo ganar unas elecciones después de haberlas perdido todas; una estructura de socialistas con coherencia y no un grupo de burócratas sin oficio cuya única aspiración es cobrar a fin de mes y que han convertido la política, no en un instrumento para cambiar la vida de los demás, sino en un medio para mantener la suya propia sin hacer nada, como es el caso de muchos de sus dirigentes en todas las provincias y en Almería tenemos algunos que abochornan por su obstinada permanencia en la nada.
La crítica de Susana Díaz a estas y otras incoherencias ha sonado como un trueno en medio de un mar de susurros tan interesados como dislocados y la ha situado como la púa del abanico que puede unir a todas las varillas para que el aire estancado se renueve.
Es cierto que no todos los dirigentes que este fin de semana han estado en Granada quieren a Susana, pero la presidenta andaluza ha conseguido en dos meses que todos la tomen consideración y algunos- los que aspiran a liderar el PSOE tras Rubalcaba- la teman.
Nadie sabe- yo creo que ni ella misma, aunque diga lo contrario- si se presentará a las primarias del PSOE. Lo que está claro es que si se celebraran hoy y se presentara ganaría con una mayoría más que confortable. La presidenta andaluza lo sabe; Griñán y Rubalcaba también y ninguno de los dos está dispuesto a correr riesgos con ocurrencias de última hora ni con experiencias ya fracasadas.
Susana Díaz sabe desde hoy que el tiempo ha comenzado a correr. Lo que desconoce es la meta a la que le llevará. En política un año es una eternidad salpicada de imprevistos.
Pero lo que sí sabe es que el futuro del PSOE no podrá decidirse sin los socialistas andaluces. Griñán lo dijo hace años cuando advirtió al zapaterismo madrileño y catalán que Andalucía no aceptaría nunca un trato discriminatorio. A Susana ahora no le ha hecho falta decirlo. El happy party que tanto divirtió a la cuchipandi del último gobierno socialista ha terminado.
Griñan siempre dijo que en política para cruzar el río hay que llegar antes al puente. Susana ya lo ha cruzado. Lo que no está escrito es qué camino seguirá y a donde le conducirá. Lo que nadie duda es que ella está dispuesta a que nadie lo escriba sin su consentimiento.
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