Dios mio perdónalos, no saben lo que hacen

“No puedo cambiar la sentencia de Estrasburgo, pero sí tengo capacidad para sufrir con las víctimas”

María Cassinello
01:00 • 28 nov. 2013

Cuando mi mente no entiende ciertas decisiones que dejan dolor en el fondo del corazón y del alma, siempre recuerdo una de las  últimas palabras de Cristo en la Cruz, con las que titulo este artículo. 


Y es que cuando vivimos situaciones difíciles y duras, solo en ellas podemos encontrar  un modelo a seguir que nos sirva de consuelo, y nos reconforte en nuestros espíritus.


Y es que tanto mi vida  como otras muchas  crecimos entre la incomprensión  de una guerra civil que  inundó de tristeza, solo aliviada  por la formación recibida y el  ejemplo con que lo vivieron nuestros familiares, ya que a algunos  nos cogió esta tragedia siendo niños muy pequeños. 




Pero al crecer y pasar los años nos fuimos dando cuenta  de cómo nuestras madres y abuelas  encontraron en la Fe el camino para sobrevivir, junto con la decisión que tomaron de rodear nuestra infancia y orfandad con su cariño, entrega y dedicación.


A lo largo de mi ya larga vida, ha habido momentos en que las palabras de Jesús  en la Cruz, han aliviado mi alma ante incomprensiones que producen dolor. 




Estos días, con la conocida decisión del Tribunal de Estrasburgo sobre su última sentencia, y las que seguirán  por el mismo camino no alcanzo a comprender nada, porque aquellos años llamados “del plomo”, trajeron tantos sufrimientos, que yo las comprendo y me uno a ellas, no tengo capacidad para juzgar y cambiar el curso de la sentencia, pero sí para sufrir con las víctimas de estas personas que hoy campean inmunes por la aplicación de una Ley del año  1973.


Porque creo que esas personas no son dignas de recibir esos beneficios. Sus víctimas reposan en los cementerios el sueño de los justos, mientras sus familiares siguen  todavía, años después, llorando la ausencia de sus seres queridos. 




Quiero recordar aquí un hecho presenciado. Un día, no muy lejano, en el salón de actos  de la Dirección General de la Guardia Civil, oí una frase que me dejó helada el alma.  Uno de los jefes del cuerpo, dirigiéndose a los guardias civiles presentes, les dijo lo siguiente:  “Hemos vivido momentos de nuestra Patria que son secretos de Estado que morirán con nosotros”.


Solo la frase de Jesucristo en la Cruz con que he comenzado este artículo, salida de sus corazones, y el cariño de los suyos, junto con la “satisfacción del deber cumplido” -algo que lleva grabado un militar desde que jura bandera de cadete  hasta su muerte, porque sienten la fuerza que les viene de arriba-, y sus almas nobles que han sabido exponer su vida por los demás, en aquellos años y en todos los destinos que han tenido a lo largo de su vida militar  les hace sentirse  felices en su retiro.



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