Aunque la crisis sea penosa, sobre todo para un segmento amplio de la ciudadanía que merece mejores condiciones de vida, es un buen ejercicio preguntarse donde estaría España hoy de no ser por la llegada inesperada de las dificultades. Con probabilidad tendríamos algunos aeropuertos más, aunque sin aviones, algunas universidades nuevas medio vacías, otros cien Másters de postgrado con diez alumnos de media y casi un millón de viviendas nuevas a sumar al millón que quedaron embarrancadas. Por fortuna, aunque cueste decirlo ante tanto sufrimiento injusto para muchos, la crisis detuvo aquella locura. Los sucesivos gobiernos populares de la Comunidad Valenciana hubieran seguido alimentando el monstruo de Canal Nou con más empleados que todas las televisiones privadas de España juntas; habría seguido encargando edificios a arquitectos fantasiosos aunque su destino y uso no estuviera claro y endeudando las Administraciones hasta lo insoportable.
Hospital faraónico Al lado, en Castilla La Mancha, el socialista Barreda, o su sucesor, hubiera terminado en Toledo el hospital faraónico del que que se presumía que iba a tener más de un kilómetro de fachada; seguramente en Andalucía UGT hubiera seguido facturando a la Junta fiestas y ferias como supuesta formación y la red Gurtel de financiación ilegal del PP seguiría campando a sus anchas. España iba mal, de cabeza al precipicio del déficit y deuda, mientras los discursos oficiales de los gobiernos, empresarios y medios proclamaban lo contrario. Zapatero reconoce ahora que le costó aceptar la crisis evidente. Reduce la estimación de su retraso a cinco meses. Solbes habla de un año y Manuel Pizarro, que lo veía venir, no fue escuchado ni siquiera por su partido, el Popular. Ahora es tiempo de volver a construir después del accidente y de seguir la recuperación con perseverancia.
La pena es que, además de lo que se está soportando, una parte importante de la refundación, de los recortes y de los reajustes de personal se estén haciendo con malas prácticas y con sectarismo manifiesto. Que había que reconvertir Canal Nou, nadie puede negarlo pero no se trataba de cerrarlo cortándole la luz con los técnicos escoltados por la policía. La televisión autonómica valenciana vivió el pasado viernes por la mañana unas escenas que jamás podrán olvídarse. Francisco Camps nunca recibió a las víctimas, ni por compasión, y su televisión Canal Nou, jamás entrevistó a los familiares. Que la crisis purgue los despropósitos es conveniente pero también que acabe una época de despotismo, despotismo ni siquiera ilustrado.
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