Aunque en muchas ocasiones abomino y despotrico del excesivo peso que en nuestra vida cotidiana están cobrando los artilugios telefónicos de última generación por su tendencia a convertirse en herramientas más de control que de comunicación, no es menos cierto que otras veces resultan bien útiles. De hecho hace poco recibí en el teléfono una foto de un amigo que paseaba por la Plaza Vieja y que, estupefacto ante lo que veía, no dudó en tomar una instantánea y compartirla. Era la imagen del Pingurucho de Los Coloraos manchado en su base por una pintada presumiblemente reciente (la foto me la envió el domingo por la mañana) y en la que se apreciaba en toda su crudeza la falta de sensibilidad, civismo y cualquier otro valor positivo en el cenutrio o majadero capaz de incurrir en semejante pellejería. Como almeriense me alarma y avergüenza la inexplicable tendencia de algunos a ensuciar y malparar nuestro patrimonio común sin más objetivo que hacer maldita la gracia y la plasmar gráficamente la inalterable secuencia de su encefalograma. Ahora bien, lo que mi amigo no pretendía (y no porque no comparta mi punto de vista) era mostrar, al fondo de la imagen, otra pellejería no menos grave: la lona ya ajada con la que se ha de tapar la Casa Consistorial de Almería, que espera desde 2005 a que la Junta de Andalucía cumpla con su compromiso de restaurar el principal edificio civil de nuestra capital. Ocho años sin restaurar y sin dejar restaurar por la soberbia con la que la Junta suele acabar macerando su propia incapacidad de gestión. Más que una foto, aquello era un símbolo de la doble pellejería que en muchas ocasiones se convierte en freno y límite de cualquier aspiración de excelencia para Almería: la pellejería de una gentuza que se declara incompatible con el civismo y la pellejería institucional de los que ni saben, ni sirven, ni dejan.
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