El día que alguien en el PP quiso copiar al PSOE pero no le salió la jugada

Cuando pase el tiempo alguien contará que el sucesor de Zoido iba a ser José Antonio Nieto, el alcalde de Córdoba, apoyado por Cospedal para reducir la alargada sombra de Arenas

Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 15 dic. 2013

He regresado estos días a aquel Viernes de Dolores de 2009 en que Luis Pizarro logró, en una jugada maestra iniciada en una venta entre Sanlúcar y El Puerto, que fuese Griñán y no Mar Moreno la que sustituyera a Chaves en la presidencia de la Junta, como había decidido Zapatero con el respaldo interesado de Zarrías y el aplauso siempre entusiasta (faltaría más) de Miguel Sebastián, Leire Pajín y Bibiana Aído.


Aquel anochecer Chaves, Pizarro y Zarrías acabaron la reunión con Mar Moreno en el primer puesto de salida. Lo que Zarrías nunca pensó es que, tres horas más tarde, el caballo que primero traspasaba la meta iba a ser Griñán y no su hasta entonces paisana y protegida. “Salí de Cádiz con una presidenta y cuando llegué a Jaén ya me la habían cambiado”, me dijo un 20 de enero de confidencias en el restaurante La Fonda de la calle Lagasca en Madrid.


¿Qué había pasado en esas tres horas para un cambio tan radical? Sencillamente que Pizarro aprovechó la ausencia del todopoderoso Zarrías para convencer al entorno del presidente andaluz de que la mejor opción era la de Griñán. Una vez convencido, sólo había que filtrarlo a un medio de comunicación nacional con credibilidad contrastada. El tiempo y la insoportable levedad de un Zapatero de viaje a miles de kilómetros de Madrid hizo el resto. El golpe había triunfado. En la tarde del Domingo de Ramos, mientras en los pueblos de Andalucía se celebraba la entrada de Jesús en Jerusalén, Griñán recibía el incienso de los “cuatro apóstoles” (así se les conocía a los entonces consejeros Luis Pizarro, Martín Soler, Cinta Castillo y Antonio Fernández), que durante meses habían trabajado sin descanso para su nominación. (Lo que nunca pensaron los apóstoles era que el relato político no coincidiría con el bíblico y que los crucificados iban a ser ellos) 




He vuelto a este paisaje porque el PP vivió hace unas semanas una representación parecida. Esta vez no fue en Cádiz, ocurrió en Córdoba, pero la jugada no tuvo el éxito pretendido.


Cuando pase el tiempo y el PP esté en la oposición (que es cuando se cuentan las cosas) alguien contará como se fraguó y quien filtró, también a un medio de comunicación de credibilidad entre la militancia conservadora, que el sucesor de Zoido iba a ser José Antonio Nieto, alcalde de Córdoba, apoyado por María Dolores de Cospedal en su estrategia para reducir a escombros la alargada sombra de Arenas en Andalucía. 




Quienes diseñaron la estrategia contaban con la oposición sevillana a sus pretensiones- José Luis Sanz era y es el candidato de Zoido, aunque hay más (y alguna muy cercana a los almerienses)-, pero con lo que no contaban era con la reacción de Rajoy.


 El presidente se ha trabajado con insistencia durante años un perfil de indeciso permanente y resulta sorprendente que muchos de los que le rodean no hayan caído todavía en la cuenta de que esa indecisión es más aparente que real, más intencionada que cierta.




Quienes quisieron cerrar la jugada no contaron con que la pasividad de Rajoy no es consecuencia de una indolencia natural, sino una estrategia construida sobre la convicción de que la partida hay que cerrarla después de que los demás hayan puesto sus cartas sobre la mesa. Rajoy no toma iniciativas, toma decisiones, una forma de actuar que lleva a muchos a pretender ocupar el espacio que él, intencionadamente, ha dejado vacío para que otros muestren sus intenciones y, ¡ay!, sus debilidades.


Su respuesta a la estrategia cordobesa- “No habrá congreso; ni candidato antes de fin de año; ni son sólo los nombres que suenan”- demuestra que quienes pretendieron escribirle el guión no midieron sus fuerzas con acierto.


Arenas continúa teniendo un formidable nivel de influencia en el presidente. Su opinión no es decisiva, pero sí muy importante y quienes dentro del PP lo ignoren están condenados al fracaso.


En cualquier caso el PP está obligado a resolver más temprano que tarde la orfandad de liderazgo que padece. Zoido ha abandonado el escenario y el guión de la política andaluza tiene  en casi todas sus líneas la firma de Susana Díaz. El PP andaluz es el partido más fuerte electoralmente, pero, a la vez, con el liderato más deteriorado y ya no tiene enfrente a un PSOE dividido y más pendiente de la derrota que confiado en la victoria, como ocurría antes de las últimas elecciones. Esta circunstancia corre en su contra; pero si la indefinición influye negativamente en sus intereses, más problemas -y de mayor cuantía-, les provocaría una carrera desenfrenada hacia no se sabe qué ni con quien.


No elegir candidato es un error; pero elegirlo por elegirlo es suicida. Rajoy lo sabe. Quizá quienes no lo sepan sean aquellos que pretendieron trasladar a Córdoba la experiencia socialista de aquel anochecer con olor a incienso en una venta de Cádiz.


Ya lo dijo Heráclito: Nadie se baña dos veces en el mismo río.


El problema de muchos en el PP es que oyen tanto el ruido interesado de los gatos que no tienen tiempo de leer a los clásicos. Y así les va en Andalucía.



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