En este bonito melodrama que lleva por título "Independizar en tiempos revueltos", poco a poco, se vislumbra la figura de quién va a ser el Gran Perdedor. En todos los melodramas el perdedor va de protagonista en el primer rollo hasta que llega la inevitable transición, y el protagonista va retrocediendo hasta que llega a desaparecer. La vida política está llena de grandes perdedores. Hernández Mancha, que era la esperanza de la derecha española; Juan José Ibarretxe, que tenía un plan, pero no un plan privado, de esos que se resuelven en la habitación de un hotel, sino un plan para todo un pueblo, uno de esos planes que cambian la Historia. La tentación de cambiar la Historia es muy fuerte. Para ello es necesario algo de poder, no demasiada inteligencia y grandes dosis de soberbia. Con esos tres vértices se construye uno de esos triángulos que parece que van a servir para cambiar de época. Pero las épocas no suelen cambiar de sábado a lunes, ni siquiera de un año para otro, porque los procesos llevan ritmos pausados y componentes que no controla nadie, o que están fuera de control.
Dentro de cuatro o cinco años es probable que la figura de Artur Mas, tras llevar a su partido a mínimos históricos de votación, y a su comunidad a una esquizofrenia que no se merece, se parezca a la de un perdedor. No lo sé. Carezco de su soberbia y no soy un profeta, ni siquiera un experto en prospectiva, pero si en una sociedad de 40 millones de personas, apenas dos millones y medio han logrado cabrear a 38 millones de ciudadanos, entre ellos a más de la mitad de los catalanes, no hace falta ser un adivino para presumir que la empresa no tiene buenas perspectivas. Es cierto que los mártires son recordados con unción, pero recibir menos votos o ser relevado en el partido no es un martirio, sino que pertenece a la categoría de los acontecimientos cotidianos. No es el final de una batalla, ni el principio de una leyenda. Será un relevo, uno más de los que se producen con tan escasa pena como menguada gloria.
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