Envenenados de nosotros mismos

Si uno pudiera hacer aparecer de la nada a un sociólogo del futuro, como cuando una señorita lavamatriz se te materializa en el salón con una botella de lejía fina, no dudaría en preguntarle las razones que nos están empujando a cambiar la reflexión por un exceso de información. “Y yo qué sé, bonico. ¿Tienes manchas difíciles?” Es muy probable que ni ahora ni en el futuro se pueda explicar cómo la sobrecarga informativa que propician las redes sociales y los medios de comunicación está eliminando o ha eliminado ya los mecanismos de reflexión y análisis necesarios antes de emitir un juicio de valor o establecer las responsabilidades y culpas.

 El triste episodio de la familia muerta por intoxicación alimentaria en un pueblo de Sevilla ha generado un sorprendente festival de reacciones dominadas por la precipitación, la imprudencia y las ganas de que la realidad no acabe estropeando una historia estupenda. Aún no se sabe qué es lo que ha pasado exactamente porque se trata de una investigación compleja y llena de matices, pero eso no importa en una sociedad que cada vez encuentra más dificultades para diferenciar la ética de la sobreactuación. Antes de que se hayan podido dictaminar las causas de la muerte de estas personas, las redes sociales ya han concluido que la responsabilidad de la tragedia debe establecerse en los políticos y el sistema porque estas muertes son consecuencia directa de los recortes. Apenas han necesitado unas horas y en el pueblo hay quien lo tiene tan claro que hasta se han manifestado furiosamente ante el Ayuntamiento, como si el alcalde de la localidad fuera un peligroso envenenador. Y es que no hay toxina más potente que las ganas de convertir cualquier calamidad en bandera que nos agrupe a unos contra otros. Y lo peor es que no hay antídotos lo suficientemente eficaces contra nuestro propio veneno.