Uno puede entender la necesidad o el interés de la lisonja editorial o la estrategia de la representación política, pero lo que no termina de comprender bien es la solemnización de lo obvio.
Me explico. Del mismo modo que parecería del todo idiota que yo anunciara ahora mi firme compromiso de no apedrear a los fieles que salgan de misa de doce, mi firme repulsa del golpeo a padres con un calcetín sudado o mi ‘tolerancia cero’ con la deglución de excrementos, resultan igual de pintorescas las recientes declaraciones del consejero de Turismo y Comercio, Rafael Rodríguez (IU), asegurando que la Junta quiere colaborar para que siga el vuelo Almería-Sevilla “pero sin cometer ilegalidades”. ¡Santo varón el señor consejero! Se me quita un peso de encima. ¡Todo un consejero de la Junta de Andalucía subrayando públicamente que quieren hacer una cosa sin vulnerar la ley! No se trata ahora de hacer un análisis político de semejante afirmación, sino de acercarnos a las perspectivas psicológicas que supone incidir y destacar expresamente algo (no delinquir) que en teoría debe venir tan de serie en el responsable público como el aire acondicionado en los coches.
Del mismo modo que no se espera de ningún masterchef su compromiso a no envenenar a la gente, ver a un consejero de la Junta asegurando que no tiene propósitos de cometer ilegalidades hace que se disparen todas las alarmas, pues ese señalamiento inconsciente podría explicarse fácilmente en la proximidad y conocimiento de acciones cuando menos cuestionables.
Pero no sé de qué hay que extrañarse: la propia presidenta de la Junta, Susana Díaz, acaba de anunciar solemnemente que no consentirá la especulación. Hala, pues yo tampoco consiento las faltas de ortografía. Apláudanme.
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