En ciertos sectores radicales existe una indeclinable tendencia hacia los estallidos sociales. Sean propios o ajenos, justificados o injustificados, razonables o irracionales… sea como fuere, siempre hay, presto, un “comando” radical que lo mismo exhibe “todos somos Rubianes”, “todos somos Palestina”, “todos somos Gamonal”… Da igual el origen del conflicto: metafísico, geológico, urbanístico, religioso, étnico, astrofísico… Da igual; sólo hace falta un par de telediarios dando cuenta de un número determinado de contenedores incendiados, cabinas destrozadas y cajeros inutilizados para alcanzar la masa crítica de la reacción en cadena que excite a los “filósofos” de guardia para reproducir similares escenarios con el argumento de la solidaridad sin fronteras.
No voy a incurrir en atrevimiento de relatar detalles sobre lo ocurrido en Burgos, pero hay cosas que no entenderé jamás. No puedo entender que ostensibles mejoras urbanísticas que intentan acabar con situaciones y costumbres de arrabal se salden con una cerril oposición, llevada a las últimas consecuencias con airada violencia.
Jamás entenderé que aquí, en Almería, apedreen a los autobuses urbanos y camiones de la limpieza en ciertos barrios. Tampoco entiendo que se proteste por la existencia de vertederos que, una vez limpios, vuelven a colmatarse con inusitada rapidez. Y esto se puede entender desde una absoluta ausencia de urbanidad e inadaptación; sin olvidar el componente de chorizos delincuentes y asquerosos esparcidores de mierda.
Lo que es más difícil de entender es la legión de saboteadores que, desde la preeminencia social y el pedestal de las instituciones, utilizan la política como peana para contaminar, agitar y averiar. Recuerden: Palacio de Congresos (Nono Amate), El Corte Inglés (Junta de Andalucía), Ayuntamiento (J A), 18 de Julio (J A), Materno-Infantil (J A)… y otras cosas, de menor importancia, pero con amplio destilado mediático como el “Toblerone”, procesionado y plañido en inolvidables loas a la monstruosidad inútil e inquietante. Tampoco entenderé el inusitado interés por invadir a Almería con el mineral de las Minas de Alquife. En fin, son tantas cosas, que me hacen rememorar el “comando” multitarea que lo mismo te hacía una actuación en la “rotonda de la muerte” que una “conexión ferroviaria con el puerto”, un “salvemos La Molineta” o “el cordel de la Campita”.
Bien sea con utilización sectaria de las instituciones o con la sombra de la sospecha, siempre habrá quien intente averiar lo que funciona o mejora lo existente. Una cosa es la oposición política y otra, totalmente distinta, la permanente amenaza de la algarada patrocinada por la izquierda radical que ya avanzó: “No estamos en las instituciones para afianzarlas (…) sino para destruirlas”. ¿Está claro?
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