Hace un par de semanas toda España pudo ver por televisión a María Dolores de Cospedal cuando intentaba, sin éxito, que José Ignacio Wert cediera el turno de palabra para ser ella la última en intervenir en el acto de presentación de una exposición sobre El Greco.
Otra presidenta, en este caso, de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, salta a la noticia por un incidente similar. Un plantón en el transcurso de uno de los actos de la visita de los Príncipes de Asturias a Granada. La cosa tenía que ver con el orden de las intervenciones en el transcurso de la entrega del Premio García Lorca. El pique, ha sido con el alcalde, José Torres Hurtado (PP), quien aduciendo su condición de máxima autoridad local quería ser el último en el turno de los discursos institucionales. Al final fueron el poeta premiado, Eduardo Lizalde y el Príncipe quienes clausuraron. Hace unos meses fue Artur Mas, presidente de la "Generalitat" de Cataluña quien protagonizó un feo de parecida naturaleza. En aquella ocasión quien llevó con elegancia el plantón fue la vicepresidenta Sáenz de Santamaría. Quienes montan este tipo de pollos siempre aducen que es una cuestión de "respeto a la institución que presiden". Pero todos sabemos que es una cuestión de vanidad. La misma que les lleva a intentar salir como sea en los telediarios. El mal viene de lejos. Es célebre la historia de cómo el jovencísimo general Bonaparte se hizo pintar por Jacques-Louis David cruzando los Alpes dándole instrucciones para que le retratara "sereno y montado sobre un brioso corcel". Sin embargo, la realidad histórica fue mucho más prosaica: Napoleón cruzó los Alpes ¡a lomos de una mula! Tengo para mí que el sueño de todo político es pasar de la mula de la rutina cotidiana al brioso corcel de los telediarios. O para lo que nos ocupa: tener la última palabra. Ser los importantes. Les pierde la vanidad. Sic transit.
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