Iglesia de Oria

“Un árbol en la entrada es un obstáculo visual para un edificio puntero del Barroco almeriense”

Luis Martínez Reche
22:36 • 18 feb. 2014

Quiero un PS… necesito un PS… debo instalar y aprender a manejar el Photoshop . Me hace ilusión. Quitar y poner, retocar, adelgazar, rejuvenecer, iluminar, sombrear… conjugar en infinitivo todas las formas que mi mente decida. Me da pereza  iniciar el conocimiento de algo que me consta es complejo. Pero ya he tomado la decisión y no hay marcha atrás. 


La imagen de esta Iglesia semi oculta tras las ramas desnudas de la platanera  ha sido la gota que colma el vaso de mis complejos ante el reto, cansino, de un nuevo aprendizaje informático.  


Pero me temo que será la única manera de contemplar en su integridad la fachada principal de este bello monumento del  siglo XVIII.  Un árbol, creo que centenario, plantado estratégicamente en la entrada es un formidable obstáculo visual de uno de los edificios punteros del Barroco almeriense. Está declarado Bien de Interés Cultural en 1999. Desconozco si en la tramitación del expediente era verano y el árbol estaba vestido. O por el contrario era invierno como cuando esta Navidad he hecho la foto. En cualquiera de los casos, y según mi modesta opinión, el árbol y la Iglesia son incompatibles. ¿Se dio cuenta el experto en catalogar el edificio de que era imposible admirar el monumento salvo a través del árbol? ¿Es posible que en esto las opiniones y sentimientos estén divididos? ¿El photoshop, y mi paciencia, serán  suficientes que  permitan darme el capricho de contemplar la Basílica de Nuestra Señora de las Mercedes de Oria como me gustaría…?  




Este pueblo dispone de atributos arquitectónicos suficientes para que le dedique tiempo a contemplar las casonas, pertrechadas de generosas y artísticas rejerías. Oria fue (quizás es) el gran desconocido para los chirivelenses. Si alguna vez quisimos ir  hubo que dar la vuelta por Cúllar, o aventurarse por laberínticas ramblas. Abierta la carretera  que unía Chirivel y Oria, a mediados de los ochenta, despertó mi curiosidad y los primeros viajes los hice en una bicicleta. Me parecía increíble tener tan cerca un pueblo interesante y ser un desconocido cuando otros más lejanos habían sido, quizás con menos méritos, destino de nuestras incursiones de juventud.


En Chirivel tenemos un caso parecido. La platanera plantada hace unos años con dudoso criterio ornamental está tomando copero.  Seguirá el ejemplo de sus hermanos del Paseo plantados hace ¿200 años? Todavía es casi un bebé como para que nos impida ver la Iglesia de San Isidoro. No tiene tanta categoría monumental, pero sí sentimental. Fue construida a finales del XIX. La Historia habla de  que el proyecto de Ortiz de Villajos no llegó a realizarse. Pero no dice nada de que el maestro de obras  y quizás arquitecto ocasional fue el tío Dieguito, Diego Rufino Egea, casado con  Bárbara Lajara. Mis tatarabuelos.  (Perdón, tenía que decirlo).






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