Siento por la Guardia Civil admiración y un respeto imponente por su dedicación a los demás. Su hoja de servicio a los ciudadanos y su sacrificio les hace merecedores del mayor reconocimiento. Cumplen con su deber- ese es su trabajo y por ello les pagamos-, pero lo hacen con abnegación y sin desaliento. El franquismo, que los trató como esclavos, los engañó rodeándoles de palabras huecas mientras les condenaba a vivir en condiciones infrahumanas. Yo he visto la vida dentro de algunas casas cuartel de los sesenta y he conocido su miserable estado. Gocé de la amistad con hijos de guardias civiles en la infancia y ahora comparto el sol y la sal de la playa con tipos honorables cargados de decenios de pertenencia a la Benemérita.
Pero ese reconocimiento no excluye, ni impide, ni aminora la censura de comportamientos injustificados por injustificables. Mil actitudes solidarias no eximen de responsabilidad a una actuación deleznable. Toda una vida de honradez no puede ocultar, ni esconder, ni justificar una actuación detestable.
Los sucesos de la playa del Tarajal en Ceuta son una prueba evidente de cómo el patriotismo se convierte en el refugio de los canallas. Las pelotas de goma disparadas al mar mientras un grupo de inmigrantes luchaban por llegar a nado hasta la playa es un gesto tan fieramente inhumano que la apelación a la cartografía de la geografía fronteriza, la búsqueda del argumento de quién tenía el dominio marítimo en las aguas en las que sucedieron los ahogamientos o la excursión por los desfiladeros legalistas para justificar aquella actuación se constituyen en pruebas concluyentes de que la Norma, que acabó con los comportamientos salvajes, a veces y bajo su cumplimiento, también puede convertirnos en bestias.
La primera obligación de un ser humano cuando ve peligrar la vida de otro es ayudarle. Da igual que sea guardia civil, enfermera de planta, funcionario de tercera, ingeniero de caminos o mozo de almacén. Es un imperativo ético; una ley escrita en la sensibilidad del corazón; una norma cincelada en el alma de la sensibilidad humana.
No hay más vueltas. Por mucho que se empeñe el ministro de Interior o el director general de la Guardia Civil, el comportamiento de las fuerzas de seguridad no fue correcto y sus consecuencias resultaron dramáticas. La ausencia de ayuda a quien en su desesperación lo necesitaba invalida cualquier argumento justificativo. Los inmigrantes que nadaban en medio de las olas debieron ser rescatados y, una vez en tierra, devueltos, sanos y salvos, a Marruecos
Pero de ese comportamiento -quizá legal pero seguro inhumano- no es responsable la Guardia Civil: Es responsable quien ordenó o quienes ordenaron la impiedad de no socorrer a quienes naufragaban en medio de las olas.
Aquellos que más alto proclaman su adhesión inquebrantable a la Guardia Civil con retórica cuartelaria lo que buscan no es defender a los números de cuerpo; lo que pretenden es esconder la responsabilidad de los políticos que- por ineptitud, no por maldad- optaron por preservar antes la línea fronteriza que por auxiliar a quienes se ahogaban en la desolación irremediable de la muerte. El responsable de un fusilamiento no es quien forma el pelotón, sino el que dicta la sentencia y ordena su cumplimiento. No es necesario defender con soflamas a quien en medio de la confusión cumple lo que se le ordena, pero sí exijamos responsabilidades a quienes no supieron dictar las órdenes que la situación requería.
Las oleadas que llegan del continente africano no van a desaparecer y el problema de la frontera sur de Europa compete solucionarlo a la Unión Europea. No es un problema de España. O
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/55758/la-guardia-civil-en-medio-del-oleaje