Los muertos aprovechados

Luis del Val
22:09 • 03 mar. 2014

Ha muerto mucha gente en Ucrania, están muriendo jóvenes todos los días en Venezuela, y muchos dieron lo único que tenían, su vida, en la mal llamada primavera árabe. Todos estos muertos se aprovechan y, gracias a ellos, se van del poder unos y vienen otros, y de los que vienen alguno arriesgó su vida, pero la mayoría pertenecen a la élite intelectual y contemplativa que, tras la revuelta, ocupa los vacíos causados por las huidas.


 Sucede siempre lo mismo. Las sociedades cambian merced al impulso y la generosidad de mucha gente anónima, aunque no siempre los cambios son a mejor. En Ucrania, por ejemplo, se ignora si servirá para hacer más felices a los de Crimea que sienten nostalgia, no ya de Rusia, sino del comunismo, o para hacer todavía más pobres a todos los ucranianos en general.


 Recuerdo el silencio espeso de la posguerra en España, cuando nuestros mayores recomendaban que no nos metiéramos en política, como si se tratara de algo peligroso y oscuro. Un pasado demasiado próximo de asesinatos disfrazados de patriotismo estimulaba aquellas recomendaciones, que los alevines de la juventud tomábamos como un desafío.




 Sin la rebeldía sería imposible el avance de la sociedad, porque toda tiranía se sucedería a sí misma, y toda injusticia se prolongaría de generación en generación. Pero también es cierto que esa madre que llora al hijo muerto, en Ucrania o en Venezuela, puede que vea un cambio en la sociedad, pero jamás volverá a ver a su hijo. Y, en medio, esas almas de corcho, siempre flotantes, dispuestas con entusiasmo a acudir en socorro del victorioso, generosos en ayudar con urgencia al triunfador.


 Unas familias ponen los muertos y, otras, recogen los honores. Unas dan a sus hijos y, otras, dan hijos que presidirán los funerales de los demás. Y es necesario, me consta, como también me consta que es terriblemente injusto y arbitrario, y puede que en algunos casos influya el azar, pero también existe, detrás de los muertos aprovechados, el cálculo pragmático, incluso malicioso, de quienes permanecen a resguardo y se preparan para encabezar la procesión, cuando ya no exista ningún peligro.






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