Con la fiesta de la naranja, celebrada hace unos días en la localidad de Gádor, su alcalde, Eugenio Gonzálvez, se manifestaba feliz y satisfecho. El objetivo se había cumplido, más de seis mil personas se habían dado cita en la mañana del domingo en el naranjero pueblo que preside. Celebrar la fiesta de la naranja en una zona como la nuestra parece oportuna, como lo sería la del tomate raf en la Cañada, como lo es la de las uvas en Terque, la del jamón en Serón, la longaniza en Viator, el vino en Laujar y tantas otras como se podían llevar a cabo en la provincia. El drama del naranjero hoy, como lo fue en su día el del parralero, son los precios que se pagan por el fruto. Entre seis y ocho céntimos el kilo y tienes que pagar la recogida. Las ecológicas se pagan un poco más, pero la mayoría que produce la zona no están dentro de esa categoría. Habrá que renovarse.
A lo que vamos. Que es de lógica que el alcalde gadorense esté contento y también que los agricultores un año más se suban por los balates de la frustración. Él ha conseguido su objetivo: Llenar el pueblo de visitantes. Ellos no han conseguido que el precio de las naranjas cubra el costo de su producción. Sin las ayudas europeas, y cada año dicen que pueden desaparecer, los naranjos serán arrancados como en su día lo fue el parral. Y lo que es más triste, sin dar alternativa alguna a los agricultores. Así están nuestros campos, llenos de salaos. Es muy hermoso para el personal de la capital pasar un día de campo, abrazar los naranjos y sentirse orgullosos de ellos, pero para los hombres del campo esa hermosura de árbol le está llevando a la ruina y el abrazo sólo puede ahogarlo un poco más. Ya no se sabe si la famosa tristeza la tienen los naranjos o los naranjeros. Pero uno de los dos sigue llorando y parece que sin solución.
Bienvenidos sean los días que festejan cualquier producto de la tierra, creo que es merecida la jornada, pero seamos un poco más reivindicativos en la misma cuando vemos luchar a los hombres contra unos precios que resultan insuficientes para el mantenimiento de la cosecha y de la familia. Cuando mañana pida un zumo de naranja a la hora del desayuno en el bar, piense que al agricultor le están pagando en torno a seis-ocho céntimos el kilo y tiene que pagar el corte. Ni con las ayudas de Europa le salen las cuentas.
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