La explosión de los sentidos de la primavera se manifiesta por doquier. Parques y jardines acogen sin pudor la floración exuberante que envuelve estos días nuestro entorno. De la inmensa acuarela que pincela el paisaje primaveral siempre me ha causado una especial atención la floración del “Cercis siliquastrum”, una especie de la familia de las leguminosas, con varias acepciones populares: Árbol del amor, algarrobo loco, árbol de Judas…
Hace tres días me detuve en un jardín botánico para “pegar oreja” a las explicaciones con las que una sesuda profesora ilustraba a un reducido grupo de alumnos acerca de este violáceo ejemplar que llegó a Europa en la época de las cruzadas y cuyas flores poseen un agradable gusto picante.
A instancia de la maestra, una de las alumnas con acento latino contó una de las leyendas que han hecho de este árbol un mito. Según el relato, una indígena adolescente encontró el amor de su vida en un joven que a su vez quedó prendado de la belleza de la muchacha. Ambos iniciaron una apasionada relación que pronto encontró la oposición de los padres de la joven. Esta actitud llevó a la madre de la hermosa muchacha a tramar la desaparición del pretendiente. La indígena, consciente de que nunca más vería a su amado, hizo un pacto con el diablo, que por deseo propio la convirtió en el árbol más bello de su región para que quien sufriera idéntico trance de no poder compartir su amor, con solo mirar el árbol pudiera hacerlo.
Nació así el supuesto Árbol del Amor que jamás nadie encontró. Dicen que las almas de muchos de los buscadores pasean su pena en torno a este árbol porque no saben lo que es el amor.
La profesora apuntó: También porque no se han dado cuenta de que el verdadero “Árbol del Amor” se halla en el corazón de cada uno de los seres humanos.
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