Un viejo lector mío, seguramente de cuando yo escribía sobre la Tertulia Indaliana y otras glorias provinciales, me aconseja que no dedique tanto espacio a la política. Tiene razón. Hay temas más apacibles y agradecidos donde puedo ejercitar mi pluma sin ganarme tantos enemigos ni robarme el sueño. Además, a mi edad, ya tendría que gozar algo más de la vida haciendo, por ejemplo, la ruta de las tapas o saliendo a mirar tranquilamente los almendros en flor. Lo que pasa es que, teniendo en cuenta la que está cayendo, me produce un remordimiento de conciencia ocuparme de la estética dejando la ética en manos de los servicios informativos del Gobierno.
No hay que hacerse ilusiones, desde luego. Ciertamente ellos son mucho más poderosos. Ni con el aluvión de críticas que diariamente caen sobre nuestros mandatarios, ni con las mil manifestaciones que a grito pelado asordan las calles de España, conseguimos que bajen los impuestos. Pero no hay que perder la esperanza. En democracia existe un recurso que no nos lo podrán quitar y es que cada cuatro años los partidos políticos están obligados a rendir cuentas ante el elector. Es verdad que se valen de todas la martingalas habidas y por haber, desde el brujo de campaña hasta las bailarinas de los Coros y Danzas, pero la denuncia de los medios informativos también impone su rebaja. Oigo a la gente sencilla decir que cuando aparece un político en la tele cambia de canal y se va al “Salvame” de la basura o al programa blanco del “Hormiguero”. Cada cual es libre de hacer lo que quiera, aunque tampoco debemos caer en la astucia de Franco cuando aconsejaba a uno de sus generales de confianza que no se metieran en política. Naturalmente para un dictador la política es algo bajo, demoliberal, asqueroso y propio de gente desarrapada. En nuestra Constitución que tanto ha sido alabada estos días con motivo de la muerte de Suárez leemos que la soberanía reside en el pueblo. No está de pleno en las alturas sino en todos y en cada uno de los ciudadanos de base. Por lo tanto hemos de ser conscientes y hacer uso del poder que tenemos. Si dejamos de defendernos nosotros ¿quién lo hará? La espera del Elefante Blanco ya está muy vista.
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