Haciendo bueno el consejo de Orwell -la tarea de un periodista decente es restablecer lo obvio-, habría que decir que al dejar plantado al agente que le estaba multando y darse a la fuga es probable que Esperanza Aguirre haya dado al traste con las expectativas políticas que alimentaban el alto grado de aceptación que reflejaban las encuestas.
Quien ha sido ministra, presidenta del Senado y de la comunidad madrileña y sigue siendo presidenta del PP en la capital, está obligada a ser ejemplar. El incidente ha venido a poner de relieve que un mal momento lo puede tener cualquiera pero también que no se puede ir sobrado por la vida. Lo bueno de Aguirre -su espontaneidad, su campechanía, la franqueza a la hora de expresarse- tiene una contrapartida: tiene un despeje muy madrileño tirando a chulesco. Aguirre metió la pata al estacionar donde no debía y reconoció el error. Pero después le faltó paciencia y templanza para dar tiempo a que el agente cumplimentara los trámites de la sanción y para aceptar la bronca. Por eso se dio a la fuga. Por eso y porque interpretó que la premiosidad del agente cobijaba un afán oculto: conseguir la foto. Parece que también ahí erró pues lo normal es que el conductor espere hasta cumplimentar todos los pasos para aceptar y firmar o rechazar la sanción. Aguirre salió de najas y para más inri tumbó la moto del agente. La posterior persecución completa el retablo de despropósitos.
Le honra que haya pedido perdón, pero el tono de las declaraciones sugiere que no ha comprendido la trascendencia potencial de lo ocurrido. Un político tiene que aceptar que su conducta debe ser irreprochable. La ironía del caso es que el incidente tuvo lugar en el centro de la capital, junto al edificio donde tiene su sede el PSOE de Madrid. Sirvió, pues, en bandeja, el punto y el set. Habrá que ver qué pasa con el partido.
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