Hay imágenes que valen tanto como 836 palabras. Estampas que en su estética silenciosa revelan un sonoro relato histórico. Clics efímeros que ilustran decenios de historia y encierran cien años de conspiraciones.
La foto publicada hace unos días por este periódico y que el lector encuentra hoy en esta página es uno de esos instantes fugaces que recogen toda una vida, o casi. La biografía de los personajes que la componen es un tratado que explica lo que ha sido el PSOE almeriense en los últimos decenios: una nomenclatura con vocación de permanencia en el poder.
Juan Carlos Pérez Navas, Mari Carmen Ortíz, Consuelo Rumí, Fernando Martínez, Ramón Jáuregui, junto a (no con, que eso es otra cosa) Sánchez Teruel simbolizan la irresistible atracción que el poder ejerce sobre la clase política. Cada uno de los cinco históricos podría escribir un tratado sobre cómo llegar desde las ideas a la política y de lo que hay que hacer para permanecer en el poder o agazapado en sus entornos esperando el regreso al puesto que un día tuvieron allí.
Ministro, consejero, alcalde, secretaria de Estado, diputado, concejal, senador, secretario general, responsable de organización, coordinador de agrupaciones, todos han recorrido de una u otra forma la escala de mando en la organización. Nada hay de reprochable en ello. El voto de los ciudadanos o el respaldo de la militancia les llevó a los cargos que ocuparon y ocupan.
Lo que sorprende es que una organización en proceso de deterioro no busque (o no encuentre, o no le dejen encontrar) nuevos equipos que hagan menos penosa la travesía. El PSOE se ha convertido, con el tiempo, en una estructura de poder ocupado por una aristocracia sin más atributos que un pasado que nunca volverá y un futuro para el que el tiempo ya les ha alcanzado.
Las instituciones o las organizaciones nunca deben romper con su historia. El pasado es un patrimonio irreversible e irremediable. Nadie se baña dos veces en el mismo rio y ninguna organización puede borrar el pretérito imperfecto del que proviene. Pero si desdeñar el pasado es un error condenado al fracaso, aspirar a convertirlo en futuro es un delirio sentenciado a la derrota.
La mochila que cargan quienes protagonizaron el pasado es un valor con el que siempre debe contarse, pero el peso abrumador de su permanencia en primera línea de la política hace inviable que puedan liderar el futuro. Y, lo que es peor, su obstinada lucha interna por continuar en los cargos para el que fueron designados impide la necesaria renovación. El pasado tiene su acomodo en la estructura de una organización pero quienes gestionaron el ayer no pueden aspirar también a protagonizar el mañana.
Los socialistas almerienses no deben continuar instalados en la gloria efímera de los días perdidos. La cultura de una organización, de cualquier organización, no se cambia de un día para otro, pero su permanencia está ligada a su vocación de renovación permanente. El drama del PSOE almeriense es que la renovación nunca se ha interpretado como un camino hacia el futuro, sino como un regreso al pasado.
El golpe de estado que llevó a José Luis Sánchez Teruel a la secretaria general fue una trama inspirada en Sevilla y urdida en Almería por un grupo de generales en decadencia. Han pasado casi tres años de aquella asonada cuartelera y el ruido de los espadones continúa. El relato de lo sucedido desde entonces no es más que la consecuencia del origen que lo provocó y prueba de ello es la estrategia permanente por solemnizar lo trivial y trivializar lo solemne. La mediocridad nunca dio para m&aacut
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