La cuarta edición de la Escuela de Pastores de Andalucía, que hace poco más de dos semanas se inició en la localidad cordobesa de Hinojosa del Duque, aborda el pastoreo en el entorno de la dehesa, un ecosistema único en Europa, en donde adquiere especial relevancia.
Un total de diecinueve alumnos aspiran a aprender este ancestral oficio. Satisfago mi curiosidad por los contenidos del curso y descubro ausencias imperdonables. De siempre, los pastores son y han sido agudos observadores de la naturaleza y de la climatología, a la par que grandes protagonistas y contadores de historias.
Relatos De los muchos relatos que me han contado algunos pastores me quedo con el de “la Luz de Mafasca”, una historia escalofriante que escuché en Lanzarote a un viejo cabrero de Fuerteventura, en donde está muy arraigada. Según la tradición oral majorera, dos pastores se encaminaron al ocaso de regreso a sus respectivas cabañas, cuando acosados por el hambre decidieron encender un fuego, sacrificar una res y saciar su apetito. Rebuscaron algo de leña y entre ésta introdujeron los palos cruzados de una deforme cruz abandonada junto al camino, posiblemente perteneciente a algún difunto que allí mismo habría encontrado la muerte. Las llamas consumieron con rapidez la pira levantada.
Antes de que los hambrientos comensales dispusieran las brasas para una improvisada parrilla, entre las llamas surgió una resplandeciente e inquieta luz que persiguió a los pastores, quienes presos de pánico echaron a correr. Según la tradición, se trataba del alma en pena del difunto de la cruz que protestaba así por perturbar su paz y por quemar el único recuerdo que la unía al mundo de los vivos. Dicen que esa luz acompaña a los viajeros por los solitarios parajes de la isla. Es la Luz de Mafasca.
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