El PP ha desvelado quién encabezará el cartel electoral para las elecciones europeas. Será el ministro de Agricultura Miguel Arias Cañete, quien desde el principio contaba con más papeletas para el encargo.
Acumula cuatro trienios de experiencia en el europarlamento y en un gobierno de suspenso general, sin llegar al aprobado, destaca entre sus compañeros como el ministro mejor valorado. Además goza de un plus de popularidad entre la ciudadanía por sus declaraciones sobre las duchas de agua fría que se da para ahorrar o su gusto por comer yogures caducados, chascarrillos que enseguida corren con éxito por las redes.
Podría haber otras posibilidades, pero él era un claro candidato. Lo que no se entiende tan bien es la tardanza en hacerlo público. Si es porque Cañete se ha resistido, no es buena noticia. Si es porque le venía bien al partido en su estrategia interna, como sinceramente declaró hace unas semanas María Dolores de Cospedal, tampoco.
Los electores merecen más. Y el espectáculo de un partido presentando una campaña sin candidato, de portavoces incapaces de responder algo más que la obviedad de que lo harían "en plazo" y de un presidente cuyo oráculo todos esperaban proclamando que él "no está encima de esas cosas", no ha sido muy edificante.
Las elecciones europeas nunca han despertado grandes pasiones. Ostentan los récords de abstención y se consideran de segunda, cuando es en Europa, a la que tanto debemos en todas las acepciones de la palabra, en donde nos jugamos gran parte de nuestro futuro.
Devolver el entusiasmo europeo del que hace tiempo España podía presumir tras décadas de aislamiento debería ser un objetivo crucial en estos tiempos de desencanto. Y el proceso de designación de Miguel Arias Cañete no ha sido un ejemplo precisamente muy pedagógico.
Esperemos que la campaña de las elecciones europeas sea más estimulante que el proceso previo.
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