Regreso a Macondo

“La genialidad desbordante se alimenta de sus lecturas y de su oficio”

Pedro García Cazorla
23:30 • 19 abr. 2014

La única prueba concreta de la existencia del hombre es la poesía, es una frase de Luis Cardozo, que utilizó Gabriel García Márquez para finalizar su conferencia por la entrega del Premio Nobel en el año 1.982, quince años atrás se publicaba Cien  años de soledad, una novela coherente con esa  afirmación, pero al igual que todas las novelas imprescindibles podría albergar la contraria, sin dejar de ser deslumbrante y sí que en nada cambiaría la sensación de paraíso literario que produce su lectura.


Cuentan que Gabo, así quería él que lo llamarán, después de arrastrar durante casi vente años el manuscrito de una novela para la que ya había encontrado el título: La casa,  pero que no fluía pues le faltaba el tono y la forma. Tiene una visión camino de Acapulco, da media vuelta y regresa a su casa en México DF, entrega los ahorros a su esposa y algún tiempo después empeña el coche, el escritor anda perdido en un pueblo sobre el que gira el mundo, es Macondo, una estación más de las que atraviesa un tren bananero de la selva, su atmosfera está cargada de historias insólitas y personajes estrafalarios de vidas legendarias. Así que cuando llueve en Macondo, no cae agua, son palabras que calan a la gente hasta los huesos y otras veces le alivian del calor sofocante del trópico. Es curioso que un autor que no renuncio nunca a su primera vocación de periodista y que cree que los hechos se explican a sí mismos, creará un territorio tan delirante como Macondo, un espacio en que la realidad ha terminado diluyéndose para rencontrarse en la imaginación del niño que oía contar las guerras que vivió su abuelo y los relatos de la abuela Tranquilina Iguarán, una mujer inexpresiva, que no parpadeaba por muy prodigioso que fuera el cuento con el que embaucaba a su nieto. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Este es el comienzo de la novela, donde cualquiera podía presentir un final, él empieza uno de los viajes literarios más fecundo de la humanidad. 


La genialidad desbordante  se alimenta de sus lecturas y de su oficio, pero algo mana de un lugar desconocido, un ímpetu creativo sin esquemas y sin reglas, algo  extraordinario que convive con la sencillez, un secreto que solo los elegidos conocen.







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