Durante los próximos quince días la política librará una ‘batalla’ contra sí misma, contra la distancia que para muchos ciudadanos supone situar unas elecciones europeas entre sus inquietudes. El trabajo es arduo para todas las formaciones políticas que concurren a estos comicios, puesto que antes de convencer a nadie de que deposite su voto por estas o aquellas siglas, primero hay que explicar que las decisiones que se toman en Bruselas tienen una repercusión directa sobre nuestro presente y futuro.
Sin embargo, no parece que todos estén por esa labor. La decisión de Rajoy de posponer hasta el último momento la elección del candidato ya indicó el ánimo con el que el Partido Popular afronta estas elecciones: de perfil y sin que se le note mucho que prefiere que los ciudadanos no tomen las urnas, no sea que el 25 de mayo se convierta en un plebiscito contra su gestión al frente del Gobierno.
Desconocemos si el modelo de Europa al que aspira el PP es el mismo que recomendó una reforma laboral que ha generado despidos masivos para luego echarnos en cara la alta tasa de desempleo que registra nuestro país, como si en esa sucesión de hechos nada hubieran tenido que ver sus ‘recomendaciones’. Resulta de una grosera perversidad que nadie se haga responsable de que hoy en día seamos más pobres o tengamos menos derechos.
A estas alturas aún no conocemos ni una sola propuesta de la derecha española que no sea la hacer o deshacer al antojo de Bruselas, que esta semana le ha pedido a Rajoy que nos dé un nuevo ‘pellizco’ subiendo otra vez el IVA.
Tampoco ayudan mucho en esta recién estrenada campaña electoral mensajes como el que ha trasladado el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, al afirmar que el Partido Popular no quiere “una Europa que se parezca a Andalucía”. ¿Tampoco a su ático de Marbella? En fin, es lo que tiene intentar huir de tu propia sombra.
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