Es una verdad constatada que las campañas electorales para su conveniencia cambian el significado de las palabras y oscurecen los conceptos básicos. De los mítines de Cañete o de González Pons se desprende la idea de que el PSOE es la involución, el atraso y, por ello, hay que convencer a la gente de que el socialismo no debe gobernar más. Por otro lado, el PSOE repasa todas las reformas de Rajoy, mira la sociedad ofuscada que nos ha quedado, analiza cómo los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres, nota la desigualdad de los recortes en la carne viva de los asalariados y exclama: “Pues vaya, ¿ desde cuándo un partido conservador se ha vuelto progresista?” He aquí pues la ceremonia de la confusión. Estoy dispuesto a admitir que ha habido avances en eso que el PP llama la recuperación ( lo cual ya es mucho admitir) pero si se examina el modelo de sociedad que propugna la derecha no es para batir palmas. Los técnicos independientes anuncian que la austeridad exigida por Bruselas puede destruir la recuperación económica. La deuda podría superar el 1OO% del PIB. Entre las previsiones para los años 2015,2016 no bajamos de un 24% de paro, lo cual hace pensar que Rajoy tendrá más desempleados que los que heredó de Zapatero. Pero hay muchas más cosas que no son economía. Están dando un tajo mortal a los derechos civiles y a las libertades, ocultan los recortes en educación, sanidad, investigación, dependencia y cambio climático y no quieren reconocer que la política de austeridad no ha conseguido los fines propuestos a pesar de los sacrificios del ciudadano. De ahí que a pesar de la euforia militante por los éxitos de Rajoy, un sector de la cultura denuncie la vuelta atrás del Gobierno del PP. El profesor Rafael Argullol, por poner un ejemplo, acaba de denunciar el fracaso de la España laica, moderna e ilustrada. Esta “contrarreforma” seria ya la número cuatro, después de la del Renacimiento, la Ilustración, la guerra civil y la transición. Nos opusimos a la modernidad castigando el talento y dando via libre a la ignorancia. Fernando VII y el Filosofo Rancio serian dos de sus personajes rutilantes, Goya nos dejó muestras excelsas de esta suprema estupidez. Y por ahí vamos.
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