La conmoción provocada por el asesinato de Isabel Carrasco, la presidenta de la Diputación y del PP de León, ha desvelado varias realidades que muestran la situación de encanallamiento en que se revuelca, con la misma comodidad que lo hacen los cerdos en su propia mierda, una parte de los españoles. No son muchos, pero están bien pertrechados en las redes sociales y, también, en los púlpitos de algunas tertulias televisivas y radiofónicas.
Lo que el presidente del gobierno ha definido como “un acto cruel, inútil, absurdo” ha sacado los más bajos instintos de unas decenas de miles de internautas y de una docena de predicadores.
Si un resplandor fue lo que hizo caer a san Pablo del caballo cuando iba camino de Damasco y convertirse al cristianismo, el estruendo de los disparos del lunes es lo que ha hecho a muchos caerse del guindo y descubrir que las palabras también pueden estar cargadas de miseria moral.
Una ruindad personal que acabamos de descubrir cuando ya llevaba años atrincherada en el anonimato de las redes sociales. Con el mismo cinismo que el capitán Renau se muestra escandalizado porque se juega en el cafetín de Rick en “Casablanca” mientras cobra su comisión, el ministro del Interior ha mostrado esta semana su indignación porque algunos miles de desalmados hayan vomitado su odio en twitter insultando y agrediendo la memoria de la asesinada.
Mi vinculación a las redes sociales no pasa de la categoría de militante con minusvalías (mis hijos las dominan mejor que yo), pero, aún desde esa posición, no me ha costado ningún esfuerzo comprobar en los últimos años el caudal de insultos, infundios y agresiones verbales que por ellas circula. Desde el anonimato muchos, desde la autoría reconocida otros, el río de acusaciones sin fundamento y descalificaciones insultantes es caudaloso.
Por eso sorprende que un tipo tan aseado como el ministro del Interior se haya dado cuenta ahora de tanta bajeza en comportamientos que se acercan, si no traspasan, el umbral de lo delictivo. Detrás del anonimato de los miserables que han saludado con alborozo el asesinato de León sólo se encuentra el sector estúpido del bloque de los antisistema.
Isabel Carrasco ha sido víctima de una venganza elaborada por una mente irremediablemente enloquecida. No es un asesinato político; es el asesinato de un político por motivos personales. Conviene no confundirlo para encuadrar así los hechos en su justo contexto.
Un contexto que algunos han pretendido forzarlo para que les sirviera de pretexto y correr así hacia los púlpitos a clamar contra las protestas sociales, achacándoles el origen de todos los males, instigando y alentando así la insinuación sutil de los riesgos de la queja colectiva, de los peligros de la reivindicación sectorial. A estos abanderados del apocalipsis sólo les ha faltado en su munición que la asesina confesa y su hija hubiesen sido afiliadas a un sindicato. No quiero pensar en lo que hubieran convertido el hecho.
España está atravesando momentos convulsos. A la crisis económica se le unido una crisis de liderazgo provocada, no sólo por la incapacidad de los que nos gobiernan- desde el poder y desde la oposición-, sino por su desprestigio intelectual y por su participación, activa o pasiva, en los numerosos casos de corrupción existentes. Estamos acercándonos, por tanto, a una tormenta casi perfecta; pero todavía no hemos llegado a ella.
Y para no llegar es imprescindible un ejercicio de rigor y responsabilidad. Pero de todos. De los políticos rechazando comportamientos tan detestables como la corrupción o su amparo. De lo
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Pedro Manuel de la Cruz